Cercanías Madrid.
Indicaciones: mejora del tránsito vital y descongestión de las vías circulatorias.
Composición: trenes, andenes, vías y viajeros. Excipiente: aire.
Advertencias: usar siempre con billete para evitar efectos indeseados.
Uso en embarazadas y personas mayores: tendrán preferencia de asiento.
Dosis recomendada: puede usarse tantas veces como sea necesario.
Efectos secundarios: Frecuentes: somnolencia, especialmente a primera hora de la mañana. Poco frecuentes pero de consecuencias imprevisibles: agitación y palpitaciones ante un cruce imprevisto de miradas en el tren, pudiendo llegar al enamoramiento. Ante la aparición de estos síntomas, no interrumpa el tratamiento pero consulte inmediatamente con su corazón.
Elia encontró su habitual asiento de cercanías libre, provocando en ella una fugaz sensación de alegría. Mientras se sentaba, una idea surgió en su mente. Se quedó mirando a las personas que estaban a su alrededor, intentando compartir aquella revelación en silencio. Ella estaba ahora recorriendo una de las sinapsis que conectaban la ciudad, como si fuera un impulso eléctrico. Ella y tantos otros. Ya no veía trenes, buses o metros, sino dendritas, axones y redes que conformaban el cerebro de nuestra sociedad. Se relajó, y pensó que no estaba mal ser parte de la inteligencia colectiva.
Adivina adivinanza Papá...
Dímela hijo,
-"Tengo doscientos ojos, esqueleto de hierro y corro más que un ciervo"
Estamos viajando, supongo que es... Inventaré otra:
"He comido cien personas, pero no han muerto. Anhelantes esperan dentro de mí un encuentro.
- Mamá, ahora tú.
"Soy suave y cálido por dentro cuando en mi cara me sopla frío viento; pero cuando el sol atiza me vuelvo fresco.
- Por favor Ana, quítate los cascos y participa.
"Todos me esperan a su hora, yo siempre voy corriendo, pero nadie conmigo quiere pasar mucho tiempo"...
Lo vas pillando... Feliz trayecto.
Bien, mi asiento preferido está libre. Definitivamente es el mejor.
Ahí está "Míster Sombrero". Siempre fiel a su estilo. Haga sol o nieve, nunca falla. También veo a "Doña Conferencia". Con el móvil echando humo. ¿Con quién hablará cada día a estas horas? Y tan animada.
Hoy vamos en hora y al completo. Y es que hoy es el día. Es el momento. Llevo meses pensando en ello. Sí, está decidido.
Ya asoma el sol por la ventana, rojo y poderoso. Voy a cerrar los ojos hasta que lleguemos. Solo un instante.
Sí, es hoy.
En un trémulo vaivén advertí que se marcharía. Que aquella sería la última vez que vería el sol descomponiéndose en raíles de luz. Nuestro último desafío, siempre leal, al amanecer. Tu joven mirada, mi nostalgia precipitada, traicionados por el silencio. Suspiro. Sé que nuestro tren correrá, y veré, sin tener conmigo, tu rostro encendido, pegado al cristal. Y tú correrás, por una red de vías entramadas en un destino desconocido. Correrás por nuestro final, por tus dudas, por tu inicio, por comenzar. ¿Y yo? Yo partiré. A donde me lleve la vida. A donde me lleve este tren.
El maquinista miró con preocupación el endeble puente. Demasiado tarde para frenar con veinte vagones cargados detrás. Su nieto se sujetó con firmeza y contuvo el aliento. La estructura tembló y, pasado el último vagón, se vino abajo con estruendo. Lo celebraron emocionados con un largo toque de bocina. El abuelo se ajustó su vieja gorra de conductor de cercanías y disminuyó la velocidad, preocupado por los objetos abandonados en la vía. Llegaron a la estación con la carga de chocolatinas intacta, a tiempo de recoger la habitación antes de que la abuela les llamase para la cena.
No siempre coincidían en el tren, pero los días que ocurría, la mirada de Juan se iluminaba tanto como su sonrisa.
Cada mañana se arreglaba con el ávido deseo de verlo. Eran solo tres estaciones, pero ese pequeño viaje, se convertía en una posibilidad para conocerlo.
Al llegar a su destino, miró y se bajó.
Juan dió un respingo y anduvo tras él, había llegado el día de liberar sus sentimientos, pero frenó, y sonando el pitido, consiguió nuevamente subir.
Los ojos vidriosos le impidieron verlo y su cobardía le arrebató un día más sin su hijo.
Se tambaleaba como cuando meces la cuna de un bebé y su risa inunda la sala, como cuando tienes que volver a coger impulso porque la oscilación de la hamaca empieza a cesar, como cuando por fin le coges el punto a patinar y meces tu cuerpo para girar, como cuando te dejas caer en un abrazo; como cuando llevas un puntillo de más y olvidas como caminar en línea recta.
El tren se tambaleaba así, suavemente, cada día, en cada trayecto, a cada kilómetro que recorría.
Atocha. En una mirada, convertida primero en palabra y luego en frase, lo expresó todo. El tren despegó como un avión y una lágrima se congeló en su rostro borrado.
El paisaje cambió en segundos, y con él, todos sus sentimientos. Creció la nostalgia por tantos lugares compartidos, vividos y abandonados.
Le acompañaba mi cuerpo, difuminado en cenizas a la velocidad del mundo, abrazado por sus manos de colores, cubierto por una única flor, encerrado en una hermética urna de cristal. Aranjuez, mi último cercanías, mi despedida, mi final y su principio.
Sentada en mi asiento me quedo embobada viendo pasar prados y árboles. Entro en un estado de inconsciencia despierta donde me veo en mis sueños. Sueños por los que he luchado tanto, sueños por los que he tenido que esperar, sueños que, como una niña pequeña, me llenan de ilusión y nerviosismo realizar.
De repente una campana me hace despertar, mi pulso se acelera. Vuelvo de mis pensamientos y veo que llego a destino, destino donde empiezo a vivir ese sueño que se hace realidad.
Suelo encontrarme a Alicia junto a la ventana cuando voy o vengo, especialmente cuando atardece. Reconozco que me encanta, a pesar de su insistencia en llevarme la contraria. Si miro hacia fuera, ella hace como que mira al interior del vagón. Si le guiño el ojo izquierdo, me devuelve el guiño con su ojo derecho. Y si la miro fijamente, me sostiene la mirada hasta que me rindo. Es un poco bromista, pero se lo perdono porque es capaz de multiplicar por dos el número de pasajeros sin apretujarnos lo más mínimo. ¡Bendito reflejo!
Este tren me ha acompañado toda mi vida, cual compañero fiel. Cuando era pequeña, me asomaba al balcón cada mañana para verlo pasar raudo. Dejaba volar mi imaginación hacia destinos lejanos y maravillosos.
Poco a poco crecí y él siguió ahí. Me vio llorar de emoción al ver el mar por primera vez en aquella excursión del colegio. Aguantó mis nervios cuando viajé rumbo a la universidad. Me esperó pacientemente cada mañana antes de montarme camino del trabajo. Me llevó a tiempo para ver nacer a mi hijo. Por todos esos viajes inolvidables, GRACIAS.
La estación esta cambiada por el paso del tiempo, pero lo que no cambia es mi recuerdo. Viajo en el mismo tren, a la misma hora y me siento en el mismo sitio. En la soledad del vagón apoyo mi cabeza sobre el frío cristal, y me embarga la nostalgia pensando que está aquí, mirándome y acariciando mis cabellos. Si cierro los ojos puedo oler su perfume que impregna todo mi ser.
Mi viaje acaba en la estación de cercanías de siempre, caminando y fantaseando que aún está a mi lado.
Villaverde Bajo, finales de septiembre. La estación estaba repleta de gente, pero me sentía invisible, sola… cogiendo un tren por costumbre hacia un destino al que no quería llegar. La primera lágrima abrió el camino a los cientos que vinieron después.
Entonces, sentí la presión de una mano ajena sobre mí. Una señora me miró apenada y me tendió un pañuelo. Con voz amable me dijo: "No se es realmente de Madrid hasta que no lloras en el Cercanías".
Y por primera vez, sentí que formaba parte de algo importante.
Apoyo la frente en una ventana que vibra en emigrante
Otra vez volver al lugar de donde no soy
Pero que me ha abrazado en este bagaje
Aurículas, las mías, que laten en el mar que baña mi hogar
Ventrículos, los tuyos, que gruñen con cada contracción que dan
Lejos de mí
Cuando no estoy, pienso en el tránsito de subirme a este tren
Cuando estoy, no puedo arrancar de mi mente la certeza de tener que irme
Y entre idas y venidas
La piel se me cuartea... y el alma se me cae.
Estábamos enamorados, íbamos a la universidad en RENFE y de camino me propusiste jugar a los acrónimos.
- ¿Cómo se juega a eso? – pregunté.
- Es muy fácil, te digo una palabra y tienes que hacer una frase con las letras. Por ejemplo, SED… Siempre Eres Divertida.
- Vale, empiezo yo: TREN - dije.
- Te Ríes En Nada.
- ¡Jajaja!
- Te toca.
- SENCILLA, dije.
- ¿Una sencilla?
- No, SENCILLA.
- Mmmm [tardaste]. ¿Saldrías Esta Noche Conmigo? ¡Imagínate Levantarnos Luego Abrazados!
- OH, exclamé.
- ¿Oh?... OK, Hoy.
Un día más en la termitera. Un día más desplazándome sobre el acero y las rocas de un camino trazado como hacen las hormigas. De la periferia al corazón de la colmena. El hormiguero de la comunicación cuenta con túneles, bocas de entrada o salida y las hormigas de los dos tipos, las obreras como yo y las soldados. El bullicio del transporte y el calor de las galerías llenas que conforman el hormiguero hace que este sistema adquiera un nuevo nombre, no es “El tren” es “El enjambre vivo del movimiento.”
Una niebla densa envolvía el ambiente. Ni un atisbo de railes, ni de estación. Un pensamiento tenebroso. ¿Podrían haber desaparecido? La idea me causó ansiedad. Le di un portazo en mi mente. El tren emergía entre la bruma deteniéndose en el anden número tres. Abrí mi libreta con el dibujo de un gramófono, junto a una frase: "la música expresa aquello que no puede decirse con palabras, pero no puede permanecer en silencio". Retumbó dentro. Busqué inspiración. Ni un pasajero en el vagón. Salía caro ser escritor. Las musas exploraban a bordo. Qué escribir sin miradas de viajeros.
Todas las noches cuando llegaba de trabajar, la madre de Clara encontraba a su pequeña en el balcón de casa. En compañía de su desgastada muñeca, no quitaba ojo a los trenes de cercanías que, a escasos metros de allí, de tanto en tanto desfilaban.
También, como todas las noches, la madre de Clara colmaba de besos a la niña y le agradecía su incansable ayuda a la abuela, quien restándole importancia, le animaba: Vendrán tiempos mejores.
Y entonces Clara, sin despegarse del balcón, preguntaba a su muñeca en cuál de aquellos trenes esos tiempos viajarían.
Rafael veía pasar velozmente los árboles que desde la ventanilla tantas veces había contemplado con María, su esposa, en sus correrías a cercanos destinos no por eso menos bellos. El casi imperceptible traqueteo del tren apenas mecía las margaritas silvestres recién cortadas que llevaba en sus trémulas manos.
Súbitamente una sonrisa se dibujó en su ajado rostro cuando el convoy se detuvo tras anunciar su estación una locución grabada.
-¡Por fin! pensó.
Había llegado a la parada situada junto a la residencia donde su amor, aquejada de alzhéimer, se encontraba ingresada.
(…) dedicado a mis padres.
"No pienses en un elefante”, me repetía cada mañana cuando el tren enfilaba la entrada en Recoletos dirección Alcalá. Tenía el presentimiento de que, si no repetía ese mantra al menos diez veces antes de abrirse las puertas, se haría realidad, acabando todos apretujados en el vagón, con el consiguiente incordio para los que se quisieran bajar en Nuevos Ministerios. Por fortuna, hasta ahora nunca se había cumplido, siendo el único animal con el que había compartido trayecto el adorable y obediente perro guía de mi vecino de asiento.
Un septiembre comenzó la revolución morada. Se adquirió un compromiso: salvar las calles. Hubo disidentes. Los estudiantes los reconquistaron. La mayoría quemó sus ganas de asfalto. Otros lo abandonaron hace años con un gesto precursor, ser subterráneos. A la hora cero una oleada toma decidida las estaciones. Exhiben tarjetas moradas. No hay marcha atrás. Un haz de luz acompañado por un bramido avanza desde el túnel. Retumba en el andén como nunca antes. Hay sorpresa e inquietud entre los rostros, satisfechos. Primer día de la Ley sin coches en las ciudades. La batalla está ganada. El tren avanza.
El paisaje desfila ante mis ojos, como si cada ventanilla fuese un fotograma. Siempre igual y a la vez esencialmente distinto. Ninguna hoja es la misma que ayer, ni el agua que corre por el río. Ni siquiera yo soy la misma. Me transformo cada día, me desplazo sin rumbo esperando encontrar en el eterno vaivén del tren un resquicio de inmutabilidad. Una flor que sea la misma cada día.
Cuando se despertó, el tren seguía ahí. El grito de asombro del niño hizo que el jovencísimo velocirraptor se encogiera de miedo. Más allá de la ventana del vagón destellos plateados intuían un mar en calma 75 millones de años fuera de lugar. El dinosaurio resbaló del asiento y estiró una garra con delicadeza sobre la mejilla de su adversario. Ambos púberes fijaron sus miradas inteligentes y al unísono una pregunta, como un eco de las Leyendas de Bécquer, resonó en sus mentes conectadas. “¿Quién está soñando a quién?”
La observaba y solo podía adivinar su esencia a través de sus manos. El pelo tapado, los labios callados, el olfato trabado y los ojos entre tinieblas.
El hiyab, la mascarilla y las gafas tintadas cercenaban el encanto de su rostro pero, a la vez, arrojaban luz a sus manos de jade. Semejaban una paloma a punto de iniciar el vuelo. Hasta que la locución del tren anunció la siguiente parada, Fuenlabrada. De repente, su figura se convirtió en alas, volatilizándose en segundos hasta disiparse entre las puertas.
Tras el umbral se hallaba la anhelada Libertad.
Hoy toca la despedida. Paso la tarjeta, bajo las escaleras mecánicas y espero en el andén. Llega el cercanías. Ese cercanías que me aleja de ti, que me acerca al aeropuerto. Me subo. Miro por la ventanilla y mientras se van anunciado por megafonía las distintas paradas, recuerdo todos los momentos vividos este fin de semana. Una ligera presión llevo en mi pecho, mezcla entre tristeza y melancolía. Llego a la última parada y mis pensamientos cambian. Ahora me estoy bajando, pero en un mes volveré a coger este mismo cercanías y, entonces, será el reencuentro.
Atardece. Las nubes ponen un tejado de luz sobre Vallecas. Brillan los ojos de un niño que contempla, por primera vez, cómo árboles, casas y calles pasan rápidamente junto a su ventana. Su voz dulce y ronca irrumpe en el cansancio de la tarde, despertando sonrisas y recuerdos. Se van apagando, poco a poco, nuestras pantallas. Ningún sueño infantil cabe en cinco pulgadas. Y nosotros queremos ser pequeños otra vez. Así quizás podamos llegar a ver esas luciérnagas misteriosas, esas cosas que nos rodean mientras vivimos pero que solo se iluminan para los niños que viajan en tren.
Subí al vagón y tomé asiento junto a la ventana. Abrí la mochila, busqué y rebusqué. No lo veía y empezaba a sospechar que lo había olvidado. Me levanté y me volví a sentar varias veces, palpando todo mi cuerpo. Estaba poniéndome nerviosa y la gente a mi alrededor lo notaba. Aún tenía un largo recorrido por delante y lo había olvidado. Joder. ¿En qué iba a ocupar mi cabeza durante el trayecto? Nada, en absolutamente nada. Mis ojos se movían feroces en busca de una solución. Y de pronto, la encontré delante de mí: un libro olvidado.