Enclavada entre las hoces de los ríos Júcar y Huécar, la capital conquense es digna merecedora de su título de Patrimonio de la Humanidad. Apéate del tren y enamórate de sus callejuelas de piedra y de su apacible entorno natural.
¿Estás listo para conocer todo lo que esta preciosa ciudad tiene para ofrecerte? ¡Sigue leyendo y descubre qué ver en Cuenca.
Los encantos de Cuenca son casi innumerables. Es una de las 15 ciudades españolas reconocidas como Patrimonio de la Humanidad y sus calles te trasladarán inmediatamente a otras épocas. Sumando una gastronomía exquisita a su imponente belleza, Cuenca se alza como un destino imprescindible. Y es que si algo caracteriza a Cuenca, es su patrimonio histórico. Está perfectamente
conservado y se encuentra, en su mayoría, en un peñón rocoso, haciendo a esta ciudad tan especial.
Es hora de alejarse un poco del casco urbano. Recarga las pilas (¡y los pulmones!) con un paseo a lo largo del río. Y es que si algo caracteriza a esta ciudad y a su precioso casco histórico es su privilegiada ubicación, rodeada por las hoces del río Júcar y el Huécar.
Por eso, no te puedes perder el paseo del Huécar. Empieza tu marcha por la ribera del Huécar y pasa por debajo del Puente de la Trinidad, donde se junta con su hermano mayor, el Júcar. Su parque fluvial es una invitación al descanso, en el que además podrás disfrutar de unas vistas a las casas colgadas y a los rascacielos de San Martín.
En otoño, Cuenca vive una explosión de luz y de color. Recorre la serranía desde la ribera del río y déjate envolver por el paisaje de hojas doradas, rojas y cobrizas.
Declarada de Interés Turístico Internacional, la Semana Santa de Cuenca deslumbra por su belleza.
Numerosas procesiones de siglos de tradición recorren las calles del casco histórico de Cuenca. Por su popularidad y singularidad, destaca la procesión “Camino del Calvario”, conocida popularmente como las Turbas, en la madrugada del Viernes Santo. Las turbas aparecen como "actores" encargados de representar la burla que sufrió Jesús camino de la cruz. Durante el recorrido se producen momentos de estruendo producido por tambores y clarines, que contrastan con otros de absoluto silencio.
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