Aquel miércoles había amanecido Madrid con el cielo cubierto, aunque no se vislumbraba lluvia. A las 8:30 el termómetro marcaba unos 10 grados, justo en el momento en que el AVE de Barcelona depositaba a sus primeros 250 viajeros en los andenes de Puerta de Atocha. Desde la cabina, el maquinista jefe de tren Ricardo Durán comprobó con satisfacción que había llegado con ocho minutos de adelanto sobre la hora prevista.
Dos horas y media antes, a las 6 en punto, había partido desde la vía 3 de la Estación de Sants, simultáneamente al primer AVE Madrid-Barcelona. A la altura de Tarragona alcanzó los 300 km./h., que mantuvo durante unas tres cuartas partes de los 621 kilómetros del recorrido. Una vez planteado el problema escolar, la solución es evidente: ambos convoyes se cruzaron en el bypass de Zaragoza.
Con la apertura al tráfico del tramo Camp de Tarragona-Barcelona, ese 20 de febrero de 2008 comenzó una nueva era para la conexión entre las ciudades más populosas de la península. La expectación era clara: en cinco días se habían vendido más de 71.000 billetes, para viajar en alguna de sus 17 frecuencias diarias por sentido.
Hace ya de eso 16 años, y desde entonces más de 150 millones de viajeros han disfrutado de uno de los servicios ferroviarios de alta velocidad más rápido, fiable y valorado del mundo. En este tiempo, los trenes de Renfe han dejado atrás la Ciudad Condal para llegar a Girona, Figueres y, atravesando el túnel del Pertús, internarse en Francia hasta (de momento) Lyon y Marsella.
16 años de alta velocidad
¿Sabías qué…?