Conocida por su legado romano, sus vinos, su mercado y el Museo Narbo Via –referente de la arquitectura que aquí proyectó Norman Foster– esta pequeña (gran) ciudad de Francia es caminable, cercana y muy interesante.

 

Texto: Anabel Vázquez

 

“Más que un destino, Narbona es una experiencia: el mar Mediterráneo, los viñedos y los pinares dan forma a unos paisajes luminosos y elegantes. No es de extrañar que, hace más de veinte siglos, los romanos la eligieran para convertirla en la primera hija de Roma. Este legado dialoga hoy con una cultura viva e inspiradora”. Quien así resume el espíritu de la ciudad es uno de sus hombres ilustres: el empresario, dinamizador y reconocido viticultor Gerard Bertrand. Y para familiarizarse con la personalidad de esta localidad y observar que aquí hay un turismo contenido, se puede arrancar pisando la via Domitia (13-16 Pl. de l’Hôtel de Ville), situada a 10 minutos de la estación de tren.

 

Situada en el corazón de Occitania y en la región Côte du Midi, Narbona fue un enclave importante en la época romana y medieval. Ese legado esplendoroso se nota en las calles y palacios de este lugar monumental pero sin apabullar. La ciudad la vertebra el canal de la Robine, uno de los lugares preferidos de Katia Daguet, española asentada ahí y responsable des Relations Extérieures de Gerard Bertrand Wines, quien recomienda pasear por él o alquilar una bici. “Es precioso”, afirma. Los sábados de 9.00 a 17.00 horas, en la Promenade des Barques, se despliega el mercado de antigüedades o brocante. A pocos pasos de allí se encuentra la Cité, el núcleo histórico-artístico donde poder ver la catedral gótica de San Justo y San Pastor (rue Armand Gauthier), la tercera más alta de Francia con 41 metros de altura y muy curiosa, al estar sin terminar; también el barrio de Bourg, el de los antiguos gremios artesanos, y el Palacio de los Arzobispos (16 Pl. de l’Hôtel de Ville 13), que recuerda al de Aviñón. Una curiosidad; en Narbona se encuentra el pont des Merchands (puente de los Mercaderes), uno de los dos únicos puentes edificados y habitados de Francia.

 

Recorrer brocantes y visitar monumentos da hambre. Así que nada como dirigirse a uno de los centros neurálgicos de la ciudad: Les Halles (1 Cr Mirabeau). El mercado central está situado en un edificio de la Belle Époque que fue elegido, en 2022, “Plus beau marché de France” (el mercado más bonito de Francia). Es alegre y ruidoso, como debe ser, y perfecto para pasear entre sus puestos, comprar salchichones y quesos y probar ostras en L´Hippocampe. Allí también está Gilles Belzons, otro de los personajes locales que, como Bertrand, es un exjugador de rugby. Es el dueño de Chez Bebelle, el puesto más exitoso del mercado, donde ver uno de los ‘shows’ locales: recoge la carne que le lanzan desde los puestos cercanos como lo hacía cuando jugaba al rugby. ¿Raro? Sí. Y curioso reclamo para entregarse al noble arte del aperitivo.

 

En Narbona comer es un tema serio y también popular. Se puede seguir en el mercado, siempre alborotado, o si no, en uno de sus lugares más visitados: el archiconocido Les Grands Buffets (Rond-Point de la liberté), con una propuesta infinita en la que sirven 600 comidas y 600 cenas al día. Según el periodista Guillermo Altares, es un “parque temático de la comida francesa” y reconoce que “está todo buenísimo”. Él esperó un año para poder ir: se dice que es el restaurante más difícil de reservar del país. Si no se ha previsto pedir mesa con antelación, se puede optar por algo más accesible, como Cadence (15 Cr Mirabeau), junto al mercado, que ofrece también delicias locales, pero con un toque más contemporáneo. ¿Un ejemplo? La ostra gratinada con gorgonzola. Aquí también se puede elegir un cóctel o unas tapas; no estás tan lejos de España (a cinco horas de Madrid en tren) como para no hacerlo. O quizás apetezca probar Le Mosaïque (5 Rue Paul Louis Courier), con regusto argentino. O tal vez preparar la siguiente visita, comiendo en Cadence au Musée, el restaurante de Narbo Via.

 

Narbo Via es innegociable. Foster + Partners ha diseñado un edificio magnífico que acoge una colección que deja clara la importancia del patrimonio romano de la ciudad. La gran sala que exhibe los 760 bloques funerarios es impactante y recorrer el espacio en soledad (y sin gente), aún más. Según el estudio responsable de Narbo Via, “supone una extensión de la larga relación entre Foster y el sur de Francia”. Odile y Jennifer, representantes del equipo del museo, comparten sus lugares favoritos de Narbona: Île du Gua, “un remanso de paz” sobre el canal de la Robine, y allí, el pequeño jardín medieval en el Moulin du Gua.

Narbo Via (2 Av. André Mècle); narbovia.fr

 

Narbona es Roma, es comida, es costa (Côte du Midi) y también, por supuesto, es vino. Para ello, conviene encontrar un hogar efímero para el resto del viaje: Château L’Hospitalet Wine Resort Beach & Spa, un ‘resort’ que gira en torno al vino, un auténtico ecosistema creado por Gerard Bertrand en una finca de mil hectáreas que este viticultor define así: “Aquí conectamos el vino, la gastronomía, la música y las artes”. El ritual comienza con una de sus catas (probar su Clos du Temple 2020 resulta imprescindible), que se celebran cada día en el Château y que abrirán un apetito que se sacia en L’Art de Vivre, el restaurante del mismo hotel, donde todo procede de un radio de 30 kilómetros y en el que Laurent Charbet crea platos de muchos colores con excelente gusto.

L’Art de Vivre; restaurant-art-de-vivre.com

 

El hotel elegido está rodeado de naturaleza y viñedos. Si el tiempo lo permite, esperan las piscinas. Y si no, unas clases de yoga, un rato de lectura en la terraza o un masaje en el ‘spa’. Todas las habitaciones, son amplias y transmiten paz. Desde lejos llega la brisa marina: el Mediterráneo se huele. Quizás sea buena idea ir a saludarlo después de desayunar.

Château L’Hospitalet Wine Resort Beach & Spa; chateau-hospitalet.com

Renfe ofrece dos trenes directos por sentido que conectan Narbona con Barcelona, Girona, Figueras y Perpignan. Uno de esos trenes AVE conecta la ciudad francesa, además, con Madrid, Zaragoza y Camp de Tarragona.

 

La circulación diaria de todos los trenes de la compañía evita al año la emisión de 4,7 millones de toneladas de CO2 y supone un ahorro energético equivalente a cerca de 1,3 millones de toneladas equivalentes de petróleo.