Muchos han oído hablar de ella; otros saben que es tierra de paso; hay quien hasta identifica su cerámica... pero muy pocos la conocen. En esta ciudad toledana que baña el Tajo, resulta más acertado hablar de exploradores que de turistas.

 

Texto: Mariano Ahijado

 

Todo en Talavera es talaverano; es decir, está pensado para el de dentro, y el de fuera lo agradece. Ni siquiera quien la visita por primera vez se siente un turista. Como mucho, lo confunden con alguien de la comarca que ha ido a comprar; también, a desayunar. La churrería San Isidro (Gregorio de los Ríos, 3) siempre está llena, pero nunca falta un sitio. El café y las porras llegan al minuto. Su propietario, Moisés Sierra, saca pecho por el personal, numeroso y eficiente. “Cuando te falta azúcar en el cuerpo, no quieres esperar. La gente tiene un tiempo específico para desayunar”, cuenta. La tostada que más sale es la de la casa, que lleva jamón york, queso blanco y tomate. No es lo único que explica el ir y venir de gente. Sierra señala al parque de la Alameda, situado justo enfrente. “¿Pero tú has visto todo el verde que tenemos aquí? Te da una energía diferente, como cuando entras a una casa que tiene plantas”, añade.

 

El Tajo pasa por Talavera. No haría falta recordarlo, pero hasta a sus habitantes se les olvida, ya que ha vivido mucho tiempo de espaldas. El río se navega en kayak gracias al club de piragüismo Talavera Talak (piraguismotalak.com). Daniel Ortega, campeón de España, es uno de sus técnicos. De esta organización con 30 años de historia han salido grandes palistas, como Paco Cubelos, diploma olímpico en Londres 2012 y Tokio 2020. Compaginan los entrenamientos de alto nivel con excursiones para el que quiera visitar la ciudad desde el agua. Incluso realizan salidas nocturnas. “Ver la iglesia de santa Catalina (Plaza de San Jerónimo, 1) iluminada en una pasada”, cuenta Ortega. Hay una ruta que llaman la de los puentes. Recorre el del Príncipe, el medieval (llamado romano, el que derribó la crecida del pasado marzo) y el Reina Sofía (el de hierro, “la torre Eiffel tumbada”).

 

El estanque de los patos (ya sin patos) de los jardines del Prado (Av. Extremadura, s/n) está construido en cerámica de Talavera, al igual que la fuente de las ranas (Av. Extremadura, 7). Son muestras al aire libre del arte más reconocido de la ciudad. Y es que desde el siglo XVI resuena la cerámica de Talavera, desde que Felipe II mandó construir el monasterio del Escorial, decorado con azulejos azul cobalto. Para ver una gran colección, hay que entrar al Museo Ruiz de Luna (San Agustín el Viejo, 13). En la taquilla siempre estuvo Javier Castro, jubilado el pasado mes de agosto. Nacido en Oropesa (Toledo), aún realiza visitas guiadas espontáneas a todo el que muestra interés. Señala un albarelo de farmacia del siglo XVI como una de sus piezas favoritas. “Fíjate qué modernidad, qué diseño tan abstracto”.

 

Con Raíces (Ronda del Cañillo, 3), Carlos Maldonado ha logrado que aficionados al comer lleguen hasta aquí desde todas partes de España. Con Semillas (Alcalde Pablo Tello, s/n), ha conseguido que algunos talaveranos no se vayan. Este restaurante ejerce de “escuela de hostelería para la inserción”. “Debemos tener fe en nosotros mismos y en nuestras capacidades”, dice Maldonado. Él confía en ellos y los talaveranos (y los de fuera que se dejan recomendar), en el proyecto. Quien busca una cocina de siempre, no falla la Taberna Mingote (Plaza Federico García Lorca, 5), decorada con viñetas de Mingote, cuadros taurinos y cerámica. En la carta: mollejas de cordero, perdiz estofada, cogote de merluza, callos, chuletillas de lechal.

 

En lugar de un imán para la nevera, mejor una bandeja de cerámica para dejar las llaves. Este recuerdo y muchos otros más lo tienen en San Ginés (Matadero, 7). Mónica García del Pino, su propietaria, enseña el taller a todo el que se lo pida. “Los entretengo hasta la hora de comer para que así se queden en Talavera y hagan más gasto”, bromea. Andan hasta arriba de trabajo, pero aman su ciudad y quieren que el de fuera (a veces de Japón o de EE UU) se lleve una gran impresión. El arte no se acaba. En el barrio de San Andrés, se ubica la biblioteca municipal Niveiro Alfar El Carmen, (Pza. San Andrés, 6), primero convento de las Carmelitas Descalzas y después fábrica de cerámicas. Se conservan dos hornos de finales del XIX. Merece la pena entrar y visitar el coro de la iglesia, el alfar, la biblioteca entera. Y preguntar a Virginia Mateos o a cualquier otra auxiliar por el espacio y el barrio. “Esto es un lugar de encuentro. Las asociaciones lucharon para que se hiciera algo así”, cuenta. Hay un club de lectura y un taller de alfabetización para personas que nunca habían leído un libro.

 

Hasta hace una década, el casco antiguo no tenía vida. Los visitantes se acercaban a la plaza del Pan, rectangular y elevada, contemplaban el rosetón de ladrillo de la Colegiata de Santa María (gótica-mudéjar y con añadidos barrocos); o se paraban frente a la estatua de Padre Juan de Mariana (tal vez el economista más importante que ha dado España). Pero apenas existían sitios para comer. El restaurante japonés Mazinger, (Arco de San Pedro, 11) contribuyó al cambio. Animada por su padre, karateka, Manuela Pineño convirtió una antigua ortopedia en referente gastronómico. Decorado con murales de cerámica, cuenta con una cueva en su interior. “A la gente le gusta Talavera”, apunta, ante los pocos turistas que llegan, todos encantados después de haber conocido la ciudad. “Si la gente te ve perdido por la calle, intervienen, te ayudan”, tercia una camarera.

 

Carlos Maldonado manda a sus clientes a La Sastrería, (Avda. de la Constitución, 1) coctelería abierta en 1990, y les recomienda el negroni manchego. Abre hasta la madrugada. La terraza, en un parque, atrapa. “La iluminación es bajita, ponemos música para dar ambiente de ‘speakeasy’”; dice Domingo Martín, propietario. La carta cambia cada semana, perfecto para los que vuelven a Talavera cuando por fin ya la han visitado.

Renfe ofrece trenes directos desde Sevilla, Badajoz, Cáceres, Mérida, Plasencia, y Madrid entre otras ciudades.

 

La circulación diaria de todos los trenes de la compañía evita al año la emisión de 4,7 millones de toneladas de CO2 y supone un ahorro energético equivalente a cerca de 1,3 millones de toneladas equivalentes de petróleo.