Poder abrazar a tu familia que vive en otra ciudad en tan solo dos horas. Cerrar un acuerdo para tu negocio en la otra punta del país y en el mismo día. Conseguir un sueño profesional. Los protagonistas de este reportaje se montaron en un tren un buen día y a todos les cambió la vida. Este medio de transporte crea vínculos personales y recuerdos indestructibles. Nos permite conectar con otros mundos y, sobre todo, con otras personas.
Texto: Pacho G. Castilla
Málaga - Madrid
Un viaje en tren fue el inicio de lo que sería la nueva vida, personal y profesional, de Antonio Banderas (Málaga, 1960). El 3 de agosto de 1980 el actor cogió un tren llamado Costa del Sol que le llevó a Madrid, donde impulsaría su carrera. “Vinieron a despedirme mis amigos. En aquel momento yo fumaba, me traían un paquete de tabaco, 100 pesetas o algo para subsistir. Fue muy emocionante porque el tren hizo un movimiento y, casi en silencio, comenzó a andar lentamente. Recuerdo ver a mi padre, a mi madre y a mi hermano y a todos mis amigos hacerse pequeñitos. Cuando volví no era José Antonio Domínguez, era Antonio Banderas”. Hoy, el intérprete utiliza la Alta Velocidad como una herramienta más de su trabajo también como empresario al frente del Teatro del Soho CaixaBank en su ciudad natal. “Me viene muy bien por la puntualidad del servicio y porque me deja en el centro de Madrid. Además, voy andando desde la estación a mi casa”. De hecho, allí se pasa por la nueva Sala Club que lleva su nombre en la estación María Zambrano, donde hay un montaje expositivo en torno a la historia de su teatro. Banderas, desde que abrió su teatro en 2019, ha conseguido que las artes escénicas tengan un peso importante en la agenda cultural de la ciudad. Este otoño, dirige el musical Gypsy. “Nunca, ni en mis sueños más salvajes, podía pensar que íbamos a llenar un teatro en Málaga con una sola obra durante cinco meses, como paso con Company”. Es el exitoso regreso a casa para cumplir un sueño, el mismo que llevaba aquel decisivo viaje en tren cuando solo tenía 20 años y 15.000 pesetas en el bolsillo..
Imagen: (C) Daniel Pérez
Barcelona - Madrid
Muchos recuerdos asociados al tren se acumulan en la mente de Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990). Y en todos, siempre aparece alguien cercano. Empezando por aquellos que la vinculan con sus antepasados: “Provengo de una familia de ferroviarios. Mi abuelo, Manolo Santos, fue maquinista durante toda su vida. Llevó algunos de los últimos trenes de vapor del país y también llegó a estrenar los AVE”, asegura. Recuerdos que prosiguen, por ejemplo, con aquel tren nocturno de Madrid a Almería de su infancia, en el que pasaba “demasiadas horas y me emocionaba despertar en mitad del desierto de Tabernas”. La escritora, periodista y editora también alude a un viaje con el instituto: un trayecto nocturno entre Madrid y París, en el que “me besé con un chico, escondidos entre dos vagones. Luego no volvimos a hablarnos en toda la excursión”. Ahora, viaja –sola o con su hijo, y siempre en el vagón del silencio– al menos dos veces al mes desde Barcelona (donde reside) a Madrid para ver a su pareja o se escapa en AVE a Marsella, donde “tengo familia y amigos”. Por todo ello, es normal que asegure: “Los trenes –sus tiempos largos, su silencio, su movimiento, su paisaje– están en mi sangre, tanto como la literatura, y eso me llena de orgullo.”. Sí, también su obra surge en el tren y habla sobre él. “Buena parte de mi obra la he escrito viajando en tren. Además, aparece en momentos íntimos de mi literatura, sobre todo asociados a la infancia. Pero también, sobre todo de adulta, asociado a la libertad y al movimiento. En mi única novela, El funeral de Lolita, hay un viaje en tren que asocio a la introspección”.
Imagen: (C) Juan Pelegrín
Castelló - València
Su vínculo con el tren transita entre físico –más bien, terapéutico– y creativo. Y es que su primer contacto dentro de un vagón ocurrió cuando apenas tenía unos meses: “Solía tener cólicos y, al parecer, donde mejor me encontraba era subido a un tren, me tranquilizaba mucho”. Desde entonces este medio de transporte ha protagonizado no pocos capítulos de su vida. Moliner (Cuenca, 1991) recuerda, por ejemplo, cuando, con solo cuatro años, cada fin de semana iba a buscarle su padre para llevarle desde Castelló, donde vivía, a València. “Para más inri, en esa época, en los trenes ponían música clásica”, precisa. Y evoca también ese viaje con sus abuelos para ir a las Fallas en “un Cercanías que se quitó hace tiempo y que tenía asientos de skay”. Desde 2018 y hasta la pandemia, el AVE se convirtió en recurrente, ya que “cada lunes lo cogía en València porque daba clases en el conservatorio de Madrid”. Ahora, el tren es su medio de transporte habitual, sobre todo, porque “me tranquiliza más que otros: puedo trabajar, relajarme y estar cómodo. Intento reservar el vagón de silencio. No sé de qué forma, pero el tren me estimula el pensamiento. Me produce una activación de los sentidos”, reconoce. Aunque ese vínculo se ha convertido también en toda una fuente de inspiración: “En mi vida, los trenes han sido importantes para llegar a la música. Además de compositor, soy percusionista, y el traqueteo me parece fascinante. De manera inconsciente, muchas de mis composiciones –como Figuratio– están inspiradas en el tren”.
Imagen: (C) Kike Taberner
Madrid - Albacete
Acaba de cumplir 22 años, y su nombre destaca dentro del mundo de los eSports como miembro del Movistar KOI, el equipo de Ibai Llanos y Gerard Piqué con Movistar Riders. uno de los clubes más importantes de España. Sí, está acostumbrado a las competiciones internaciones de videojuegos –donde, como hasta suele recordar el mismísimo Ibai, “lo ha ganado todo con Riders” jugando al League of Legends. Sin embargo, siempre busca momentos para estar con los suyos, para regresar a su tierra, a Villarrobledo, donde nació, previa parada, claro, en la estación de Albacete: “Uso a menudo el tren. Me resulta muy útil cuando tengo que volver a mi pueblo a ver a mi familia”. Pero no solo, también recurre a este medio de transporte para desplazarse dentro de Madrid, donde utiliza Cercanías, o cuando se va –mejor siempre con amigos– de vacaciones. Marky recuerda a la perfección –y sin ocultar su ingenuidad– la novedad que para él supuso su primer viaje en tren: “No acababa de entender a que vía había que ir o por qué la gente no llevaba cinturón en el tren pero, pese a ello, resultó una buena experiencia”. Trayectos pasados, presentes... y también futuros, ya que este joven gamer desvela cómo imagina el viaje de sus sueños: “Sería probablemente por las montañas, recorriendo paisajes bonitos, probando una comida buena y... con un café caliente”.
Imagen: (C) Rubén Serralle
Madrid - París
Acaba de regresar de París, donde esta madrileña (Villanueva de la Cañada, 1990) se ha medido con la élite internacional de la esgrima en sus primeros Juegos Olímpicos. Y precisamente uno de los primeros –y mejores– recuerdos que esta “reina del sable” guarda de sus viajes en tren trasladan a la capital francesa. “Tendría 9 o 10 años, y nos fuimos toda la familia a acompañar a mi hermano, Daniel, que competía con la selección española de esgrima. Hasta entonces, nunca antes había dormido en un tren”, rememora. Al poco tiempo, fue ella quien tenía que desplazarse para competir. Dentro de España, pero, sobre todo, fuera, razón por la que “normalmente solemos viajar en avión, debido a las distancias”. Por eso, sus trayectos en tren se limitan a una vez al mes – “lo cojo menos de lo que me gustaría”– y con el objetivo de “ver a seres queridos que tengo por España o para acercarme a alguna competición. Si tengo que elegir un medio de transporte, elijo el tren para, durante el trayecto, poder solucionar cosas que, debido a esta vida ajetreada que llevamos, no consigo encajar en ningún otro sitio ni momento”. Recorridos que, eso sí, prefiere hacer acompañada –“todo siempre es mejor en compañía”–, y en los que reserva momentos para escuchar música y para dar rienda a una de sus costumbres: “Siempre que cojo un tren, me encanta ir hasta el vagón de cafetería y pedir un café, aunque no tenga ganas. No sé por qué. Debe ser que tomar un café en el tren me parece romantizar de alguna manera la vida adulta”.
“Si tengo que elegir un medio de transporte, elijo el tren para poder solucionar cosas durante el trayecto”.
Imagen: (C) Jacobo Medrano
Madrid - Valladolid
“Hay gente que admira la belleza de los coches. Yo, la de los trenes y sus enormes y pesadas máquinas”. Una pasión que este periodista y presentador de televisión palentino cultiva, asegura, desde niño: “Aún conservo un tren eléctrico Payá de mis hermanos con varios metros de vías que montaba por casa los fines de semana”. También guarda perfectamente en su memoria sus primeros viajes en tren: “Fueron a Galicia en el TER (Tren Español Rápido), que era un precioso tren azul diésel. En la estación de Astorga subía gente a vender mantecadas y, como niño, me inquietaba que no les diera tiempo a bajar”. Ahora, cada semana, y desde hace una década, “hago 400 km en tren por trabajo”, concretamente hasta Valladolid para colaborar en un programa de Radio Televisión Castilla y León. Una rutina que suele transcurrir en asiento de ventana: “Me gusta ver lo que pasa y en los viaductos mirar abajo los valles como los ve un pájaro” y que, en ocasiones, prolonga en el tiempo: “Muchos meses aprovecho para seguir viaje y ver a los amigos en la otra punta de España. Está claro que el tren une y si tienes un buen libro entre manos el tren vuela”.
Imagen: (C) Jacobo Medrano
Madrid - Tarragona
Desde que hace ya ocho años decidiera dejar a un lado su carrera como abogada mercantilista para dedicarse (“contra viento y marea)” a su pasión, viajar, y pese a haber visitado ya 65 países, Marina Comes ha tenido que ir en tren por trabajo tan solo en tres ocasiones. “Pocos clientes que contactan conmigo (agencias de viaje, oficinas de turismo...) introducen el tren en sus experiencias”, lamenta. Aunque, eso sí, aquellas tres únicas rutas fueron “inolvidables” –precisa– ya que transcurrieron por “parajes idílicos”: el tren panorámico Vistadome de Ollantaytambo hasta Machu Pichu, el Glacier Express, que conecta Ginebra y Zermatt, y el Expreso de la Riviera Cornish. Aunque desde que, hace cuatro años, esta influencer viajera se instalara “felizmente” en Madrid, es asidua al AVE. “Viajo más en tren que nunca en mi vida”, reconoce. Sobre todo, para ir a Barcelona y Tarragona, donde nació. “Son trayectos que suelo hacer sola para ir a ver a la familia”, afirma. “Disfruto mucho los viajes en tren porque me dan bastante paz. Además, me resultan muy prácticos. Pienso que nadie me va a llamar y no voy a poder llamar, y tengo por delante dos horas de tranquilidad”. Tiempo que también aprovecha para alimentar su pasión por explorar nuevos horizontes y ver cómo poder plasmarlos en imágenes: “Como me gusta la fotografía y el vídeo, siempre que puedo, voy sentada en una ventana para así poder ir viendo el paisaje”.
Imagen: (C) Carlos Luján
Madrid - Alicante
“Escalofrío por la columna”. “Estómago encogido”. Son, sin duda, sentimientos que surgen en los reencuentros, y en esta ocasión viajaron a bordo de un tren. Quien concreta esas sensaciones es Fernando Romay, uno de los viajeros (léase, leyendas del baloncesto) del tren que Renfe y la Federación Española de Baloncesto fletaron a modo de homenaje a los jugadores que, hace ahora cuatro décadas, lograron en Los Ángeles la primera medalla en baloncesto para España en unos Juegos Olímpicos. “Hay muchos homenajes de postureo, pero este fue uno de corazón. Por eso, todos quisieron embarcarse y viajaron en AVE hasta Alicante”, dice Romay. Durante el trayecto –y pese a “lo de por saco que dimos a toda la tripulación y a los otros viajeros porque no parábamos”, reconoce Romay– los recuerdos se acumularon, confirmando que el cariño hacia los compañeros se mantiene: “Parece que no pasa el tiempo”, asegura el exjugador. En el exterior del vagón, una imagen mítica vinilada de aquella Selección del 84 da pie a la habitual ironía del jugador “Nunca he ido más rápido en mi vida”, comenta Romay sobre la velocidad que llega a alcanzar el convoy. “En nuestra época, no tuvimos la suerte de viajar en AVE; aunque el tren forma parte de nuestras vidas. Antes, las grandes cosas se hacían a bordo de un Expreso, porque pasabas allí la noche entera. Aún recuerdo un trayecto con mi padre desde A Coruña, donde nací, a Madrid para ir a jugar al baloncesto. Íbamos en uno de esos míticos vagones que tenía seis literas”.
Imagen:(C) Patier
Segovia - Madrid
Apenas 27 minutos separan las dos estaciones que reiteradamente utiliza por trabajo esta ingeniera agrónoma: Segovia Guiomar y Madrid Chamartín. Tiempo que aprovecha, cual ritual, para sentada siempre en el sentido de la marcha y en un asiento con mesa “montar mi pequeña oficina, donde despliego mi laptop y algunos documentos. El AVE me permite aprovechar el tiempo de viaje para trabajar cómodamente”. Apenas media hora sí, pero que intenta exprimir al máximo, reservando también un hueco para la distracción: “Además, siempre llevo algo para leer y mis auriculares para escuchar música o podcasts”. Para Isabel, el tren es una “herramienta” indispensable para realizar su trabajo en Limmat, startup que ofrece soluciones inteligentes para la mejora de la eficiencia en el mantenimiento de las infraestructuras ferroviarias, y que resultó ser una de las cuatro ganadoras de la IV convocatoria de TrenLab, la aceleradora de Renfe. “Me resulta súper cómodo para ir a visitar clientes o amigos, sin tener que preocuparme por coger el coche, aparcar, etc. Es que no he hecho nada más que subir al tren y ya estoy en Madrid. Para mí, es uno de los medios de transporte más cómodos y relajantes, el tren te da libertad. Puedes trabajar, leer o levantarte cuando quieras, ir a la cafetería o desconectar”. Aunque no solo se fija en el lado funcional de este medio de transporte: “En los viajes de placer, me gusta ir acompañada de amigos o familiares, disfrutando juntos del paisaje y la experiencia del viaje”.
Imagen:(C) Jacobo Medrano
Madrid - Barcelona
“Hace unos meses tuve un momento de crisis, necesitaba escaparme y solía decir: ‘No quiero ir a ningún sitio, solo coger el tren’. Necesitaba esa sensación del viaje en sí, de mirar por la ventanilla y estar en paz un rato”. Y así fue. Odín Maldonado (Madrid, 1987) se encontraba entonces en Barcelona, decidió ir a la estación de Sants, y se subió a un tren que “tarda como 10 horas” en llegar a Madrid porque “va parando en todos los pueblos del planeta”. Un convoy que se utiliza como “bautizo” para maquinistas nuevos. Pero no es la única vez que ha recurrido a su función “reparadora”: “Soy fan de los trenes. Tienen algo especial. Es donde más siento esa sensación de viaje interno, conecto mucho conmigo”. Odín visita con frecuencia Barcelona, para ver “a una prima que está viviendo allí y un montón de amigues”, y este otoño recorrerá España –en tren, claro– con el espectáculo No gender. “Cuando vamos de gira, el bolo empieza en el vagón. Y poco se habla del momento cafetería del tren, donde hasta tienes reuniones de trabajo”.
Imagen: (C) Carlos Luján