Sin perder de vista a su ciudadano más ilustre, Cézanne, la ciudad francesa invita a realizar un viaje sensorial por la renovada “piel” de sus ‘hôtels particuliers’, los sabores provenzales o el olor a lavanda. Testigos: la intensidad del azul de su cielo y sus caprichosos paisajes ocre.

El Hôtel de Caumont es una de las pocas residencias barrocas de Aix-en-Provence que sigue el esquema llamado “entre cour et jardin” (entre patio y jardín).

 

Texto: Miquel Echarri
Foto: Xavi Torres

Una de las maneras de empezar a explorar el corazón de Aix-en-Provence es seguir los pasos de una amistad legendaria. Paul Cézanne y Émile Zola se conocieron en las aulas del Collège Bourbon (hoy instituto Mignet, en el número 41 de la rue Cardinale) cuando acababan de cumplir 12 años. Juntos compartieron dibujos y poemas a la sombra de los plátanos de la avenida principal (Cours Mirabeau) y empezaron a familiarizarse con la bohemia local en el hoy desaparecido Café des Deux Garçons.

En la casa familiar de los Cézanne, situada en el número 55 de Cours Mirabeau, junto al Passage Agard, Paul le dijo a Émile por vez primera: “Me gustaría pintar como tú escribes”. Años después, en ‘La confesión de Claude’, Émile recordaba esas tardes de ensoñación en la hermosa Provenza: “Teníamos la amistad, soñábamos con el amor y la gloria”.

En 2025, Cézanne vuelve a ser protagonista en Aix-en-Provence, con la reapertura en primavera –tras cerca de dos años de cierre por reformas– del estudio del pintor de los azules tenues y fragrantes. También con las visitas guiadas a la residencia campestre de los Cézanne, Jas de Bouffan, y a la cercana cantera de Bibémus, el lugar al que el pintor acudía a diario y de donde proceden gran parte de las piedras con la que se construyeron las mansiones de Aix. Entre junio y octubre, el Museo Granet (Place Saint-Jean de Malte) albergará una exposición internacional cuyo principal aliciente es el retorno de la colección Pearlman, que incluye 24 piezas de Cézanne, empezando por 18 de sus célebres acuarelas.

Situado en un edificio del siglo XVII, el Museo Granet acogerá a partir de junio la Colección Pearlman, con 66 obras de impresionistas y postimpresionistas, 24 de ella de Paul Cézanne.

“Intoxica los cinco sentidos”

 

Rodeada de mansiones privadas, la Place d’Albertas es un conjunto barroco y rococó que mantiene la moda parisina de plazas reales. En el centro, una de las múltiples fuentes de la ciudad.

El interior del Hôtel de Caumont acoge Caumont-Centre d’Art, con exposiciones dedicadas a grandes nombres de la historia del arte.

La estatua de bronce de Paul Cézanne, ubicada junto a la Grande Fontaine de la Rotonde..

Más allá de la periferia de Cézanne, está el centro de Aix-en-Provence, heredero de la ciudades romana y medieval y de la gran ampliación realizada en el siglo XVII por el cardenal y arzobispo Jules Mazarin. Se puede recorrer en apenas una tarde, pero asomarse a su múltiples atractivos pide al menos un par de días de exploración relajada. Casi todas las rutas a pie confluyen, tarde o temprano, en la estatua de bronce de Paul Cézanne al pie de la Grande Fontaine de la Rotonde.

De ahí parte el Cours Mirabeau, una señorial avenida de 440 metros de longitud que, en palabras escritas por Zola hace 150 años, pero aún muy vigentes, “intoxica los cinco sentidos”, como ocurre también con sus aledaños.

Para saborear delicias locales como los ‘calissons’, vale la pena acercarse a Maison Cagina (Maréchal Joffre, 1), original pastelería que ofrece su propia versión de este placer provenzal y unos suculentos ‘éclairs’, cañas de crema con sabor a limón, grosella o albaricoque.

Margaux Touzet, propietaria de otro de lo templos de la repostería local, Maison Béchard (Cours Mirabeau, 12), describe la gran especialidad local con una frase elocuente: “Para los que nos hemos criado en Aix, los ‘calissons’ son nuestra magdalena de Proust”. Los que deseen probar la brandada de bacalao, la sopa bullabesa, el paté de aceituna o lo múltiples platos sazonados con hierbas provenzales y regados con vinos de la zona pueden acudir a restaurantes como el del centro de arte Hôtel de Caumont (rue Joseph Cabassol, 3) o el tradicional Le Ramus (Place Ramus, 12).

Sonidos espontáneos y aromas provenzales

La Place Richelme donde, junto a sus terrazas, se despliega uno de los numerosos mercados de frutas y verduras, en los que no faltan las flores.

El oído recibe el estímulo de músicos callejeros como las franco-colombianas Medusa, guerrilleras de la cumbia. “Esta es una ciudad muy musical”, nos dice una de las nueve mujeres que integran este peculiar grupo. “Nosotros actuamos muy a menudo en locales del área de Marsella, pero cuando se trata de ofrecer un concierto espontáneo en las calles, ningún lugar mejor que los mercados tradicionales de Aix”. También seduce al tímpano el sonido de las recias campanas de la románica catedral de Saint-Saveur, dotada de un hermoso claustro y preciosas capillas de excepcional acústica.

El olfato sucumbe una y otra vez al fresco y sugerente aroma de la lavanda, traída en cestos de mimbre a las paradas de los mercados populares, como los de Place Richelme, Place Verdun, Place Prêcheurs, en los que flotan también esencias de estragón, romero, laurel, tomillo, orégano y mejorana. Para la maestra perfumista local Magali Fleurquin-Bonnard, propietaria de Rose et Marius (rue Thiers, 3), la ciudad presenta una constelación de aromas insólitos que forma parte muy destacada de su singularidad y su atractivo: “Siempre vuelvo una y otra vez a esos olores conectados con mi memoria sentimental, los de mi tierra, mis raíces”.

 

El lugar que inspiró a los grandes artistas

Los mercados son también una experiencia muy táctil. Sobre todo, los textiles, artesanales y de antigüedades de la Rue Thiers y la Cours Mirabeau, que ofrecen jugosos pretextos para callejear por el centro peatonal con las yemas de los dedos siempre a punto. En cuanto a la vista, Nicolas Mazet, director del centro de arte contemporáneo Hôtel Gallifet (Rue Cardinale, 52), recuerda que tanto Aix-en-Provence como la Provenza han sido desde siempre un estímulo para los artistas: “Cézanne, por supuesto, volvió aquí tras su estancia en París porque ningún otro lugar le resultaba tan estimulante. Pero también Pablo Picasso o André Masson vinieron a alimentarse de los colores de la región, de los ocres de la Francia meridional a los amarillos de Bibémus, el opulento verdor o los intensos azules de nuestro cielo”.

No hay que abandonar la ciudad sin llevarse el impacto en la retina de mansiones como el Hôtel de Forbin (Mirabeau, 20) y su lindo patio trasero, el Hôtel Isoard Vauvernargues (Mirabeau, 10) y su barroca escalinata o la casa Maurel-de-Pontevés (Mirabeau, 38) con su célebre balcón de los atlantes. También hay que abrirse a hallazgos como la Petite Maison –la galería ‘boutique’ del patio del centro de arte Gallifet–; buscar la fuente monumental de los Agustinos o la termal de Moussue, cubierta de un espeso verdín, y tomarse un respiro junto a la estatua del buen rey René, monarca de Nápoles y conde de la Provenza, héroe local de esta ciudad que exuda sensualidad sin freno.

Fachada del Tribunal du commerce, situado en Cours Mirabeau, centro neurálgico de la ciudad.

Para llegar a Aix-en-Provence, puedes tomar el AVE directo desde Barcelona con un trayecto que dura aproximadamente 4 horas y 35 minutos, o desde Madrid, donde el viaje tiene una duración aproximada de siete horas. El primer tren parte de la estación Puerta de Atocha-Almudena Grandes a las 13.25 horas. La estación de destino es Aix-en-Provence TGV, está ubicada a 15 km del centro.