Texto: Pacho G. Castilla
Foto: Juan Pelegrín
La palabra ‘folie’, en francés, significa locura; necesaria en muchas ocasiones para fomentar la creatividad. Este término, utilizado en un contexto arquitectónico, adquirió una semántica diferente en los siglos XVII y XVIII para aludir a las decenas de residencias veraniegas en idílicos entornos que, gracias a los Giral (una dinastía de arquitectos), empezaron a salpicar las afueras de Montpellier. Aquellas elegantes ‘folies’ –pensadas para el descanso de una pujante burguesía– dejaban constancia de una época de prosperidad.
En 2012, Michaël Delafosse (por entonces, concejal de urbanismo; hoy, alcalde de la ciudad) decidió actualizar el concepto. Así surgieron maravillosos edificios como la Folie Divine, de la arquitecta británica-iraní Farshid Moussavi, o L’Arbre Blanc, que firma el japonés Sou Fujimoto. Estas ‘Folies architecturales du 21ème siècle’ (Locuras arquitectónicas del siglo XXI) lograron su objetivo: “Enriquecer el patrimonio arquitectónico de la ciudad”, que en esos años parecía desbordarse, con no pocos proyectos. Surgieron edificios firmados por arquitectos de prestigio, como el levantado por Jean Nouvel y François Fontès con forma de nave espacial y donde se ubicó el Hôtel de Ville (Ayuntamiento); o el “diamante inmobiliario”, la Résidence Koh-i-Noor, de Bernard Bühler; también el ‘showroom’ mobiliario RBC Design Center (609 Av. de la Mer-Raymond Dugrand), de Jean Nouvel; o el centro deportivo La Nuage (769 Av. de la Mer-Raymond Dugrand), con el sello de Philippe Stark... Y así, muchas más construcciones que llevaron a Port Marianne, el distrito de Montpellier construido en los años 90 a orillas del río Lez, a convertirse en la meca de la arquitectura del futuro.
Proyectada por Bernard Bühler, la Résidence Koh-I-Noor es un edificio de viviendas revestido con vidrio que cambia de color dependiendo de la luz del día.
Icónico edificio de viviendas de 17 pisos L’Arbre Blanc, que se encuentra situado junto al río Lez.
En este mismo entorno vecino al río Lez, a finales de 2016, y en unas antiguas instalaciones agrícolas, surgió Marché du Lez (1348 Av. de la Mer-Raymond Dugrand), una “minialdea” creativa, con alma industrial, que reúne ‘food hall’, artesanía, ‘startups’, ropa de segunda mano, ‘rooftops’... “La mayoría de las ciudades francesas se desarrollan en la periferia, en torno a supermercados, sin dejar lugar a nuevos actores más auténticos, huyendo de la franquicia. Pero la gente quiere tener acceso a productos locales y eventos de calidad”, resume su promotor, Alexandre Teissier, la idea del atípico espacio.
Este ecléctico lugar simboliza el espíritu de un nuevo barrio que nació residencial pero no se conforma con serlo. Prueba de ello es, por ejemplo, la galería “híbrida” Le Réservoir (55 Rue de Montels Saint-Pierre), situada junto al río, justo “a los pies” de L’Arbre Blanc. Claire Lucchini, responsable de comunicación de este espacio, recuerda que “la ciudad prevé crear 12 ‘folies’ arquitectónicas más” a imagen del icónico edificio donde está. También a sus pies se encuentra el restaurante L’Arbre, y en la 17ª planta, su codiciado ‘rooftop’. Desde allí, se contempla una increíble panorámica de la ciudad, y se divisa el abrumador barrio de Antigone, que en 1979 ideó Ricardo Bofill. No es una ‘folie’, pero sí hereda su espíritu y enriquece el “loco” ADN arquitectónico de la ciudad. En su momento, este gran proyecto urbanístico –con aire neoclásico– transformó el perfil de la ciudad, conectando, ya entonces, el río con el centro histórico: l’Écusson, llamado así por su forma de “écu” (escudo).
Hasta este medieval barrio, l’Écusson, llegó en 1983 Nathalie Quentin: “Mis padres iban a ver un hotel en Perpiñán y, por casualidad, nos encontramos con el anuncio de un pequeño palacete (‘hôtel particulier’) del XIX en venta en Montpellier. Nos enamoramos enseguida de este antiguo edificio y del barrio”. A los pocos meses, abrieron Hôtel du Palais (3 Rue du Palais des Guilhem), junto a la place de la Canourgue, “la plus vieille” (“la más antigua”, además de bella y romántica) de las tantísimas plazas repletas de terrazas que inundan l’Écusson.
“Uno de los mayores encantos de Montpellier es tomar un café en la place de la Canourgue mientras disfrutas del azul del cielo y del bonito color de las fachadas o ver a las ardillas saltando en el Jardín des Plantes”. Y también “contemplar las cigüeñas en las torres de la Cathédrale Saint-Pierre”. Lo asegura Marie Laure Tanguy, que restaura libros antiguos en L’Atelier du Livre (4 Rue Jean Jacques Rousseau). “Poder ejercer mi pasión por el trabajo artesanal cobra todo su sentido en el corazón de esta ciudad medieval”, asegura Tanguy. El barrio de l’Écusson es un entorno que habla de 500 años de historia en torno a la alfarería y la loza, o de esos ‘luthiers’ que, desde finales del XVIII, tienen aquí su taller. También de joyeros, de sopladores de vidrio... Una larga tradición que se perpetúa, sobre todo, en las calles que rodean las iglesias de Saint-Anne y Saint-Roch.
Con sus 69 metros de altura, el campanario de la iglesia de Sainte-Anne se divisa desde cualquier punto de la ciudad y define uno de sus barrios más creativos.
Diseñado por el arquitecto Ricardo Bofill, el barrio de Antigone es considerado una de las mayores operaciones urbanísticas que se han realizado en toda Francia.
Station Sucrée, está situado en Rue de l’Université, donde se encontraba el rectorado de la Universidad.
‘Le vieux Montpellier’ –y justo enfrente de Saint-Roch– fue también el entorno que eligió el artesano chocolatero Thierry Papereux (nacido en Vichy y formado en Lyon) para instalar su ‘atelier’-tienda (8 Rue Saint-Pau). También habla de ‘le charme’ (el encanto) de “estas pequeñas plazas con terrazas” de l’Ecusson, y de lo agradable que resulta relajarse en ellas, “un auténtico cambio de aires”, precisa. Y donde coinciden “lugares históricos, tiendas artesanales y estupendos restaurantes”, como el cercano Café Leon (12 Rue du Plan d’Agde), regentado por Gigi Masson, “un restaurante tradicional francés con cocina del viejo mundo”. Gigi decidió abandonar París para instalarse en el que es el corazón de la mayor región vitivinícola del planeta. Un lugar abierto a todas las cocinas del mundo (“en Montpellier no hay especialidades”, asegura la chef). Un territorio que tampoco se caracteriza por tener “un estilo arquitectónico definido”; aunque, como dice Claire Lucchini, “eso es quizás lo que le da su encanto a esta ciudad”.
Nathalie Quentin, propietaria y directora del Hôtel du Palais, situado en L’Écusson, en un palacete del siglo XIX, junto a su asistente Laurent Beaud.
Marie Laure Tanguy en L’Atelier du Livre, donde restaura libros antiguos.
Claire Lucchini, Cloé Vidaller, Sandra Arcos y Samuel Artacho, de Le Réservoir , galería de arte “híbrida” situada en la icónica torre L’Arbre Blanc.
El emprendedor de Montpellier Alexandre Teissier, creador del concepto del Marché du Lez.
Gigi Masson dirige el Café Léon, un restaurante del barrio de Saint-Roch.
El artesano chocolatero Thierry Papereux tiene su taller en l’Écusson.
En la app de dōcō, que se puede descargar en Google Play y App Store, se pueden contratar los servicios de Renfe y de Movitaxi, Reby y Karhoo, que ofrecen taxi y patinete eléctrico para complementar el viaje en tren.