ES UN LUGAR DONDE VIAJAR A UN PASADO MUY LEJANO PARA ENCONTRAR UN PAISAJE LLENO DE SOPRESAS. UN TÚNEL EN EL TIEMPO AL QUE SE LLEGA DE LA MANERA MÁS RÁPIDA Y CÓMODA: EN AVE.
Texto: Nacho Sánchez
Este paraje natural, a 30 kilómetros en línea recta al norte de Málaga y con más de 20 kilómetros cuadrados de extensión, es uno de los territorios más singulares de la geografía española. Un laberinto de piedra caliza y tierra arcillosa que empezó a formarse hace 200 millones de años bajo el antiguo Mar de Tetis y que hoy se levanta imponente a más de 1.300 metros de altura.
Muchos no creerían que esas rocas que ahora forman extrañas figuras, por las que escalan las cabras y sobrevuelan las águilas, estaban originalmente sumergidas bajo el agua salada si no vieran los múltiples fósiles como los ammonites, animal con una característica forma de espiral que convivió con los dinosaurios en el Jurásico. Declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco, cada año pasan por El Torcal casi 200.000 personas. Uno de los habituales es el geógrafo José Damián Ruiz Sinoga, que lleva hasta este lugar a sus alumnos de la Universidad de Málaga para explicarles la morfología kárstica, que aquí se desarrolla en toda su extensión. “Es como caminar sobre en un laboratorio”, dice el profesor.
Diaclasas, lapiaces, dolinas o úvalas conforman un espacio que se ha formado con exquisita paciencia. Durante 175 millones de años, el fondo marino de aquel viejo mar se fue colmatando, especialmente de caparazones y esqueletos de pequeños animales. Con la llegada del plegamiento alpino, el terreno se fue elevando y esos restos convertidos en rocas salieron a la superficie.Entonces el agua entró en acción disolviendo la caliza para crear peculiares formas: desde el simbólico tornillo y sus característicos anillos hasta composiciones que se asemejan a un camello, una cara, una maceta o hasta lo que dé la imaginación.
CARACOLES Y DOS SENDEROS
En las estrechas grietas que se abren en las rocas viven pequeños caracoles, muchos de ellos pertenecientes a especies endémicas. “Estos minúsculos animales necesitan calcio para crear sus caparazones, por eso son típicos de estas calizas”, cuenta el biólogo Raimundo Real. El sapo corredor o la víbora hocicuda son reptiles que también aparecen más allá de las rutas marcadas para recorrer este paisaje.
Hay dos senderos públicos: el verde, de 1,5 kilómetros de longitud y el amarillo, de tres kilómetros. Ambos son circulares, accesibles a toda la familia y por ellos también es cada vez más sencillo ver ejemplares de cabra montés, acostumbrada al paso del ser humano.
Desde el cielo observan con grandeza el águila real y la perdicera, pero El Torcal también ejerce de cuartel de invierno para aves que anidan en verano en el norte de Europa y huyen hasta el sur cuando llegan las nevadas. En este paraje se aprovechan los frutos de zarzamoras, majuelos o endrinos para su alimentación.
UN SUELO COMO UN QUESO GRUYER
Aunque la fauna está presente durante toda la actividad senderista, el paisaje está marcado principalmente por “rocas y plantas”, como subraya el botánico Baltasar Cabezudo. Él lleva años estudiando a conciencia la flora que pinta de verde este paisaje gris y que, sobre todo en primavera, explota en mil y un colores.
“Las plantas aprovechan las grietas y oquedades, pero también los pasillos que va dejando la piedra”, dice Cabezudo. Son los pequeños túneles, muchos de ellos transitables, que hacen las delicias de cualquier caminante. Unas especies prefieren el sol y otras paredes que siempre permanecen húmedas: encinas, lentiscos, palmito, jaras o clavelinas.
En este espacio protegido desde hace nueve décadas no existen grandes bosques porque la piedra caliza es muy porosa y filtra toda la lluvia. El subsuelo es como un queso gruyer: lleno de oquedades y hondas simas que dan a parar a un gran lago subterráneo que, se calcula, acumula 15 hectómetros cúbicos anuales y da de beber a Antequera con pequeñas fuentes y, sobre todo, a través de un gran manantial al norte.
Sus habitantes también sueñan en las noches de verano con el universo, pues El Torcal cuenta –dada su altura y su escasa contaminación lumínica– con un observatorio astronómico donde cada agosto se disfruta de las perseidas o lágrimas de San Lorenzo. Un espectáculo único a la altura de un espacio único.