Texto: Marta Domínguez
Enric Granados, 86.
Se definen como “el lado salvaje de la gastronomía japonesa”. La actitud indómita les viene de un interiorismo audaz, una carta poco común —con variedad raras de cangrejo, especias picantes, fermentados y macerados, cocina al vacío— y la coctelería del premiado Borja Goikoetxea. La estrella de este restaurante con Fermín Azkue al frente es la robata, una parrilla japonesa que permite que los alimentos adquieran un aroma ahumado. Entre las especialidades, el ‘snow crab’, los carabineros, el wagyu con caviar o el bacalao negro.
Enric Granados, 153.
La premisa de esta cafetería vegetariana es sencilla: al contrario de lo que a veces nos vende la industria alimentaria, la comida más deliciosa es la no procesada. Su carta ofrece tentempiés orgánicos sin azúcar, sin gluten y con materia prima de kilómetro cero; los envases son de madera, cartón o papel. Los paseantes piden sobre todo zumos verdes (como los de remolacha, hinojo o apio), dulces veganos, ‘lattes’ con espirulina o cúrcuma, leche de anacardos, granolas o ‘protein balls’ con cacao y avellanas. “El tiempo ha demostrado”, cuentan sus responsables, que “se puede mantener una dieta equilibrada sin la presencia de proteína animal”.
Enric Granados, 83.
A estas alturas, lo bueno de un hotel —silencio, calidez, detalles, localización, mascotas y una piscina idílica— se da por hecho. A partir de ahí aparece el carácter, lo que hace único a un alojamiento. El propietario de Granados 83 es Jordi Clos, egiptólogo y mecenas. Financia desde hace décadas excavaciones arqueológicas en Egipto, y el hotel presume de una buena colección de arte hindú y camboyano. Los mosaicos, las puertas labradas y las celosías casan sorprendentemente bien con la arquitectura industrial del edificio.
Enric Granados, 124.
En este espacio con tres personalidades —‘deli’, bistrot y cafetería— todo está a la venta. Los ‘babkas’ de canela, pistacho o manzana que bautizan el local (un bollo esponjoso con origen en Europa del Este); la selección de productos del cocinero francés Nicolas Vahé, e incluso los elementos y muebles que decoran el lugar, con un mix exquisito de estilos e influencias. En el llamativo escaparate, más parecido al de una joyería, también hay brioches, ‘böreks’ (empanada turca de pasta filo) y pastelería clásica, que firma la chef Inés de Oriola-Cortada. La buena fama de su café se debe a la Modbar de La Marzocco que preside la sala.
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