El Hôtel Pams, un edificio art nouveau, cuya transformación para convertirlo en monument historique realizó, a finales del siglo XIX, el arquitecto Léopold Carlie.
Texto: Pacho G. Castilla
Foto: Juan Pelegrín
La historia ha reservado a Perpiñán muchas páginas que rubricar. Crónicas pasadas que, pese a la barrera de los Pirineos, han conformado relatos más cercanos, como la que la condujo, por ejemplo, a ser fugaz capital continental del Reino de Mallorca y a no tener reparo alguno en ser conocida como La Catalana. O crónicas que situaban a la capital del Roselló como cobijo de españoles exiliados, además de otros muchos compatriotas que lograron aquí burlar la censura (y no solo para ver ‘El último tango en París’). Por eso, ciertos argumentos son más que habituales, como el que asegura: “Para los franceses los de Perpiñán somos muy españoles, y para los españoles, muy franceses”.
Aunque esta tierra ha sabido desenvolverse siempre entre países, identidades, sentimientos... y también entre pulsiones artísticas. Aquí, coinciden callejuelas medievales propias de un barrio judío (Saint-Jacques), castillos de un tardío románico (Palacio de los Reyes de Mallorca), símbolos de arquitectura militar (Le Castillet), construcciones góticas (La Loge de Mer), suficientes guiños a la contemporaneidad (como el que desplegó Jean Nouvel en el Théâtre de l’Archipel (Av. Maréchal Leclerc)... y un increíble patrimonio arquitectónico donde poder entender por dónde caminaban las vanguardias arquitectónicas a finales del XIX y, sobre todo, a principios del XX. Un acervo que, hasta hace apenas diez años, era, por cierto, poco valorado.
Théâtre de l’Archipel, proyectado por Jean Nouvel y Brigitte Métra.
Un detalle de Cinéma Le Castillet, edificio modernista proyectado en 1911 por Eugène Montès, reconvertido en salas de cine.
Galeries Lafayette y Les Halles Vaubann, ambos edificios a la derecha del Canal la Basse.
“En Perpiñán desconocíamos este patrimonio. De hecho, cuando empecé a fotografiar estos edificios, salían muchas señoras de las ventanas de sus casas para preguntar qué estaba haciendo”. Lo afirma el arquitecto Philippe Latger, quien en 2014 creó la Asociación Perpignan Art Déco, que ya ha catalogado hasta 1.000 direcciones que confirman “la gran riqueza de la arquitectura del siglo XX”. Barrios enteros –con “viviendas de trabajadores en las que el granito es ‘el viejo héroe”– y emblemáticos edificios aislados, donde confluyen muestras de corrientes, como modernismo, art déco o regionalismo. “Había muchos arquitectos para una ciudad tan pequeña como Perpiñán”, prosigue Latger, aludiendo a un danés, Viggo Dorph-Petersen, el arquitecto de referencia de la burguesía del Rosselló, quien formó aquí a Raoul Castan (arquitecto de la Maison Rouge), Eugène Montès (Cinéma Le Castillet), Alfred Joffre (Lycée François-Arago) o Férid Muchir (Maison Maury).
Uno de los múltiples viñedos de la región del Roussillon, con el macizo pirenaico del Canigou al fondo.
“Arquitectónicamente la ciudad es testimonio de la dualidad cultural” –asegura Jean-Charles Nieto, director del Hotel Kyriad Prestige Perpignan Centre del Mon (35 Bd Saint-Assiscle), cuyo nombre recuerda que, en su cercana estación, el pintor Dalí situó el Centro del Mundo.
Este es un territorio donde apenas 50 kilómetros separan el macizo del Canigou, en los Pirineos, y el mar Mediterráneo. Y esto se nota gastronómicamente: “Nos da lo que necesitamos y ofrece la posibilidad de ser creativo hasta el infinito”, comenta el chef Frédéric Marchand, quien dirige junto a su hermana Corinne el restaurante Le 17 (1 Rue Cité Bartissol). Productos como la patata ‘Béa du Roussillon’, el albaricoque rojo, la alcachofa o la anchoa de Collioure, entre muchos, muchos otros, que se suman a un increíble catálogo de vinos con denominaciones de origen controladas, como Côtes du Roussillon, Lesquerdes, Rivesaltes, Maury... Es normal que los hermanos Marchand aseguren armar aquí una cocina “con los pies en el suelo, siendo conscientes de nuestra tradición agrícola”.
También de tradiciones locales, y de un ‘savoir faire’ de 200 años, habla el joyero Maxime Creuzet-Romeu, quien tiene su estudio en un edificio del siglo XV próximo a la Catedral (9 Rue Font Froide). Desde allí pone en valor el ‘Grenat de Perpignan’, una joya emblemática de los Pirineos Orientales, un granate que “brilla como el escudo de los catalanes”, dice. Trabaja para firmas parisinas, como Van Cleef & Arpels o Boucheron, pero prefiere hacerlo desde “una región diversa, con montaña, playa y muchos paisajes” antes que en la Place Vendôme: “París me dio la excelencia, pero aquí puedo hacer realmente lo que quiero”.
Philippe Latger delante de las vidrieras realizadas por Max Ingrand en Le Palais Consulaire, edificio de 1938 donde hoy se encuentra la Chambre de Commerce et d’Industrie.
Los hermanos Corinne y Frédéric Marchand. en la terraza de su restaurante Le 17.
Maxime Creuzet-Romeu, uno de los diez artesanos joyeros de Perpiñán, trabajando en su estudio.
En la app de dōcō, que se puede descargar en Google Play y App Store, se pueden contratar los servicios de Renfe y de Movitaxi, Reby y Karhoo, que ofrecen taxi y patinete eléctrico para complementar el viaje en tren.