El estanco permite comprobar cómo, en el pasado, este establecimiento compartía espacio con la central telefónica y la oficina de correos y telégrafos.
Texto: Miquel Echarri
Fotos: Bárbara Chalamanch
Enclaustrada en un rincón al noroeste de la geografía catalana, la comarca de El Pallars Jussà es tierra de dinosaurios. También de espléndidos lagos de origen glacial o cárstico. De impetuosos ríos, como el Flamisell, el Manyanet o el Rialb, que se precipitan en cascada sobre riscos y valles. De pinos, hayas y robles. De aves carroñeras, como el imponente buitre leonado, y de corzos, tejones, rebecos, jabalíes, nutrias, tritones o ranas rojas. Y, por si fuera poco, está Salàs, una discreta villa de 350 habitantes que existe desde el año 840 y que alberga un par de tesoros. El primero, un recinto medieval amurallado en perfecto estado de conservación, con sus antiguos portales y sus torres de vigilancia, incluida la torre cilíndrica, junto al bello y adusto portal de Soldevila. El segundo, su parque de tiendas museo (‘botigues museu’), una pulcra reconstrucción de los establecimientos comerciales que disponía la población en su apogeo, entre 1860 y 1910, y que en la actualidad incluye un estanco, una farmacia, una imprenta, una mercería, una barbería, un quiosco, una chocolatería, un café y un colmado de productos “ultramarinos y coloniales”.
Este otro “parque” es un puente tendido a ese Salàs de mediados del XIX que tuvo más de 1.300 habitantes y que albergaba una de las principales ferias ganaderas de la comarca, además de un molino y una red de talleres artesanales, fondas, hoteles, comercios y albergues. Hace 30 años, Siscu Farràs, natural del pueblo y profesor de Historia, concibió esta singular celebración del patrimonio y las tradiciones locales: “Coincidió con la jubilación de mis padres, que regentaban una de las últimas tiendas de alimentación de Salàs. Me cedieron el mobiliario del local, básculas, herramientas... Reliquias, algunas antiquísimas, que pensé que podría exhibir, como testimonio del rico pasado comercial del pueblo”.
La barbería, uno de los diez espacios de Botigues Museu Salàs.
En la mercería, se puede conocer, a través de la ropa, el proceso de liberación de la mujer en el siglo XX.
El proyecto propone un viaje en el tiempo a través de la interpretación de antiguos comercios, como la farmacia, donde descubrir cómo se hacían antes los medicamentos.
En la mercería del pueblo todavía se conservan cajas de medias con ilustraciones junto a una selección de ropa interior, botones y herramientas para coser.
Así –“inspirándonos en iniciativas similares realizadas en pueblos de Francia, reconoce Farràs”– nació un centro de interpretación concebido al principio como un ‘hobby’ y convertido más tarde en un negocio familiar sin grandes pretensiones: “Recreamos tres espacios: una tienda similar a la de mis padres, pero más antigua, una barbería y una farmacia. Con los años, gracias también a la colaboración del ayuntamiento de Salàs, que vio en nuestro proyecto un posible incentivo para el turismo, hemos ido ampliando nuestro museo”. Hoy cuentan con un total de diez espacios (botiguesmuseusalas.cat): “Todos son fruto de un trabajo de investigación escrupuloso y están recreadas de una manera atractiva y coherente. Realizamos varias visitas guiadas semanales con grupos de muy pocas personas”, precisa. También han organizado una veintena de exposiciones temporales sobre el pasado del comercio. Farràs recuerda las dedicadas a “la cadena de farmacias chilenas Cruz Verde o la más reciente, sobre el uso comercial del nitrato de Chile y la participación en él de un ciudadano del Pallars, Matias Granja, que acabó convirtiéndose en uno de los hombres más ricos de América Latina”.
Ya jubilado, a sus 71 años, Farràs explica que su museo, más que un negocio, es un “acto de amor”. Pero celebra que haya contribuido a “revitalizar un eje comercial en el casco antiguo de Salàs que se estaba muriendo”. Ahora, los que acuden a este municipio a diez kilómetros de la capital comercial, Tremp, pueden disfrutar de una inmersión en el viejo Salàs y rematar la jornada comprando lo que necesiten en las tiendas del nuevo: “Nuestro pueblo, como tantos otros, se juega su supervivencia”, remata Farràs. Y qué mejor manera de contribuir a ella que con cultura y belleza.
La técnica de la navaja se recupera en la barbería, donde perfumes, productos cosméticos y de peluquería conviven con revistas, cómics y periódicos, en las estanterías, junto a calendarios y propaganda comercial de la época, en las paredes.
La farmacia explica el paso del boticario al farmacéutico.
En el café, destaca un espacio reservado al recuerdo de las bebidas más populares de los años 50 y 60, que aparecen junto a un futbolín, un billar e, incluso, una máquina de pinball.
Ultramarinos & Coloniales recupera productos y, además, memoria iconográfica.