Empezó hace casi 40 años trabajando para marcas italianas, triunfando después con su propia firma. Hoy, es uno de los grandes modistas españoles, aunque se muestra a años luz de ser una estrella. Adora crear vestuario para escena, montar casas de muñecas y... viajar en tren.
Madrid según
Texto: Rosa Alvares
Foto: Samuel Sánchez
¿En qué momento siente que está como modista?
¡Virgencita, que me quede como estoy! No soy ambicioso. Llevamos muchos años en un equilibrio muy bonito, y quiero mantenerme así. Es algo que puedo controlar, disfrutar. Y así tengo la certeza de que voy a mantener mi espíritu y mi marchamo de calidad y autoexigencia.
Viajero incansable, ¿qué relación crea con los sitios que visita?
Si se trata de viajar por España, me apunto a un bombardeo. Viajo en tren muchísimo porque no me meto en un aeropuerto a no ser que sea obligatorio.
¿Hay algún viaje en tren que permanezca en su memoria?
Cuando hice mi primer traje de novia mediático, el de Carla Royo Villanova, en 1993. Fui a París a comprar materiales en el Talgo coche-cama: entrabas de noche, dormías fenomenal y, a las ocho de la mañana, llegabas. Era supercómodo. Estaba empezando y fue muy romántico e importante. Y me da pena no haber podido vivir la experiencia del Interrail.
Madrid es su ciudad. ¿La siente como ese sitio acogedor?
Sigue recibiendo a todos con los brazos abiertos y aquí uno aún puede hacer sus sueños realidad. Pero echo de menos el Madrid mío, castizo: esos baretos con tortilla recién hecha, esas tiendas de barrio que desgraciadamente no hay porque son todo franquicias, ese menú a 500 pesetas… También lo siento así porque uno va envejeciendo y piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor.
¿Cómo podría ver la ciudad quien viene a ella con otra mirada?
Se pueden descubrir museos maravillosos, como el Romántico, el de Ciencias Naturales, el Museo de América o el Museo del Traje que, entre todos (me incluyo, ya que es como mi segunda casa), hacemos un trabajo más que digno con unas colecciones estupendas.
¿Y de qué forma se puede descubrir ese Madrid de siempre?
Siguen siendo mágicos los domingos en El Rastro. No la parte de Ribera de Curtidores, con cosas más modernas, sino la parte de Mira El Río Baja, la plaza Vara del Rey, la del Campillo Nuevo... Ahí recupero ese Madrid que viví en mi infancia. Puestos sin tanta parafernalia, donde haces un trato y es sagrado, donde reservas una cosa y lo cumplen.
¿En qué lugar se siente Lorenzo Caprile más madrileño?
Las Vistillas me traen muchos recuerdos. Hay varias terrazas que son un lugar perfecto para sentarse a ver ese azul del cielo de Madrid y esas vistas espectaculares de La Almudena, el Palacio Real, la Sierra de Guadarrama… Con un tinto de verano, un pinchito y buenos amigos, quizá sea mi sitio más madrileño.
¿Dónde deben dirigir sus pasos los interesados en moda?
A la Milla de Oro, en el Barrio de Salamanca. Si desean algo más moderno, la calle Fuencarral. Luego está la ruta del vintage en Malasaña. Y si quieren visitar un centro de investigación histórico, al Museo del Traje, el del Romanticismo, el del Prado, el desconocidísimo Instituto Valencia de Don Juan y el Museo de Artes Decorativas.
¿Cómo creador, qué arquitectura madrileña le inspira?
Me impresiona muchísimo el trabajo de Antonio Palacios. En un reportaje vuestro sobre este arquitecto, leí que se le consideraba demasiado moderno para la escuela académica y demasiado clásico para los que ya empezaban a ejercer las vanguardias. Estuvo en tierra de nadie, intentando ser fiel a su estilo. Esa frase me impactó porque me siento identificado con ella: soy muy moderno para la gente más tradicional, pero para las nuevas generaciones soy un dinosaurio.
Para desconectar del bullicio de la ciudad, ¿dónde acudiría?
A casa de mi madre, que vive en un pueblecito de la sierra. Esa es otra magia de Madrid que no sé hasta cuándo durará: a nada que te alejes 30 o 40 km, estás en otro mundo y todo es de otra manera. Es un lujo ir a merendar a San Lorenzo del Escorial o a Buitrago de Lozoya.
¿Y qué ‘souvenir’ debería llevarse en el alma un visitante de Madrid?
Su luz, que resulta tan mágica como en la época de Velázquez o Goya. Y que sigue siendo una ciudad abierta, acogedora, donde hay gente que piensa de forma distinta, de clases sociales muy diferentes, pero que interactúa entre sí. Si alguien viene a vivir a Madrid, a nada que tenga un poco de habilidades sociales, al mes, ya tiene sus planes y su pandilla.