Texto: Rosa Alvares
La televisión crea cotidianeidad en el público. Y esto le sucede a Blas Cantó desde siempre, pues el cantante ya se hizo famoso siendo niño en programas de televisión como ‘Veo, veo’ y ‘Eurojunior’. Después, se convirtió en ídolo adolescente, como parte del grupo Auryn, para llegar a este momento de madurez artística en solitario en el que presenta su segundo álbum, ‘El Príncipe’ (Warner Music). Ama su pueblo, Ricote, y el lugar donde se crio, Molina de Segura, y si tuviera que poner a Murcia una banda sonora propia, no lo duda: “Sonaría al acento murciano de su gente, que a veces resulta divertido, y para mí es entrañable, porque me hace viajar a mis orígenes”.
¿Sigues sintiendo un pellizco en el estómago cuando subes a un escenario?
Es contradictorio, cuando actúo para mucha gente, estoy más tranquilo; cuando canto en un formato más íntimo, me muero de vergüenza. Y con los años ha ido creciendo.
Hablemos de tu nuevo disco, El Príncipe. Así te llamaba tu madre de pequeño…
Sí, pero se titula así porque, con el tiempo, me he dado cuenta de que se fue creando un príncipe que no quiero ser. Y si alguien quiere que lo sea, está bien mostrar que algunos príncipes no son azules, aman a otros príncipes.
¿Con este trabajo has salido de tu zona de confort?
Al revés, he entrado. En mi casa escucho rancheras, pop, boleros… Y he cogido lo que me gusta y le he dado la vuelta. Me he dado la oportunidad de rebuscar en lo que fui y soy, adaptándolo a los nuevos tiempos.
¿Cuesta mostrarse emocionalmente en una canción?
A mí nunca me ha costado. Es un acto de generosidad mutua: de mí, por volcarme emocionalmente; de la gente, porque es sanador cuando sabes que te escuchan.
Cuando te miras al espejo, ¿te gusta lo que ves?
Por norma general, me gusta, sobre todo, y últimamente, lo que veo por dentro, porque es fruto de todas mis experiencias. Vivo tranquilo, sin miedo y con mucha autenticidad.
Tu tierra, Murcia, es también muy auténtica. ¿Qué echas de menos cuando no estás allí?
Los limoneros, porque crecí rodeado de ellos; el río Segura, aunque no tiene mucha agua; la huerta, y las montañas de la sierra de mi pueblo, Ricote. Son maravillosas.
Si visitamos Murcia, ¿qué no debemos perdernos?
¡Unos paparajotes! Una especie de buñuelos riquísimos (‘spoiler’, la hoja de limón no se come). O la ruta de las norias, en Abarán. Sorprende su vegetación tan diversa.
En cuanto a gastronomía, ¿qué recomiendas probar?
Me gustan las gachasmigas murcianas: con harina, agua, aceite y sal. Vas dándole vueltas en una sartén, y se forman unas bolitas buenísimas a las que, luego, se les pone chorizo, panceta, pescado, ñoras… Es muy típico de la sierra.
¿Dónde ir para disfrutar con los amigos?
A la paradisiaca playa de Calblanque, con una costa que, aunque no lo creas, te recuerda a Canarias. Y también es muy guay la zona de los viñedos de Jumilla.
¿Qué experiencia sensorial nunca olvidaremos?
Caminar por la sierra de Ricote y quedarte en silencio para escuchar el viento, los pájaros, el rumor del agua del río y las lagunas que hay por Blanca y Ulea, mientras respiras sintiendo el olor a pino y jara… Es espectacular.