Oviedo se encuentra a las faldas del monte Naranco, con joyas de arte prerrománico y, en lo más alto, la estatua del Sagrado Corazón.
Texto: Rosa Alvares
“Diría que soy agitador folclórico, algo que me define bastante y me limita poco”, cuenta Rodrigo Cuevas (Oviedo, 1985), artista multidisciplinar que se mueve con soltura, talento, emoción y una energía ilimitada por los caminos fronterizos de la música tradicional, a la que, en una valiente pirueta, emparenta con otros géneros, como la electrónica o el cabaret. Flamante Premio Nacional de Músicas Actuales con una sólida formación académica, sabe subvertir la música apegada a las raíces populares para darle un plus contemporáneo e, incluso, provocador. “Para ser moderno hay que estar abierto a probar cosas, a investigar; ya sea con la tradición o con otras disciplinas”, dice mientras recorre mundo presentando su nuevo álbum, ‘Manual de romería’. “Un trabajo donde hay muchas canciones compuestas por mí, mucha diversión, disfrute y travesuras que hacemos por mi pueblo”. Asturias está omnipresente en su manera de entender el mundo y, por supuesto, la música, que tampoco concibe sin grandes dosis de humor, sensualidad y crítica social.
Está inmerso en una gira por el mundo. ¿Qué relación entabla con los sitios que visita? Intento que sean, durante días, como mi pueblo, vincularme con la gente, hablar, caminar… Y favorecer un turismo sostenible, yendo a lugares no masificados, comiendo y comprando en sitios locales.
La vinculación con su tierra es imprescindible en su obra, ¿no? Para mí el arte popular nos vincula emocionalmente con los lugares, con las cosas inertes en general. Un territorio no te dice nada hasta que no estás vinculado a él a través de una canción, los topónimos, sus historias... En el pueblo donde vivo (Vegarrionda) estoy rodeado de todo eso.
¿Qué tiene Asturias y, concretamente, Oviedo para que merezca más de una visita? Asturies y Uviéu son sitios muy especiales, porque la cultura popular hace que sean lugares en los que la gente y el territorio están especialmente vinculados, y eso es lo que más contundencia le da a un lugar para ser visitado.
¿Dónde acudiría a comer un asturiano como usted? No me gusta nombrar lugares concretos para comer ni visitar, porque creo que solo contribuyen a su masificación y a la pérdida de su identidad. Diría al viajero que venga a Asturies, cierre el Google Maps y se deje llevar por el olfato, por los vecinos. Llegará a lugares mucho más interesantes.
Oviedo es un lugar cargado de historia, pero también tiene un lado contemporáneo.
¿Dónde comprobarlo? Uviéu tiene una feria de arte contemporáneo bastante interesante. También hay ocasiones en que se abre la Fábrica de Armas con distintas propuestas artísticas.
¿Y para tomar una sidra con los amigos? Para disfrutar de un culete de sidra rico, rico, lo mejor es preguntar por un lugar en el que te lo echen los camareros. Aléjense de los “echadores” automáticos. ¡Ah! Y merenderos y llagares suelen ser también muy buenos “pa’tomar” buena sidra.
¿Puede descubrir un rincón secreto que no aparezca en las guías? Los rincones secretos no se deben decir en las publicaciones… Debemos cuidar mucho esos espacios para que no se conviertan en lugares degradados, como pasa ya con muchas joyas naturales de nuestro patrimonio.
Oviedo es también naturaleza. ¿Qué lugares recomienda para disfrutarla? El Naranco es una de las joyas naturales del Conceyu d’Uviéu. Perderse por sus caminos es una maravilla. Mucha gente se sorprende, pero en Uviéu hay zonas por las que transitan osos, como los valles de Trubia.
¿Y qué experiencia sensitiva destacaría de Oviedo? La mejor experiencia sensitiva es pasarse un día tomando un poco de sidra; ir a bailar una jota por “el Antiguo”; darse un paseo por el Campu San Francisco, y acabar yendo a algún concierto en alguna de las salas que hay, que las hay muy chulas y con muy buena programación. También puede ser una experiencia muy “carbayona”, al acabar, si no te pasaste con la sidra, subir al Cristo del Naranco (‘El Paisanu’, para los autóctonos) para tener una bonita y romántica (guiño, guiño) vista de Uviéu.