Texto: Rosa Alvares
La curiosidad de Ingrid García-Jonsson (Suecia, 1991) es infinita. Quizá por eso abandonó la carrera de Arquitectura para emprender un camino que le permitiera experimentar el mayor número de vidas posibles. Su talento le ha hecho brillar con igual intensidad en comedia, drama, musical y hasta en el género de terror, en el que se inicia con Veneciafrenia, de Álex de la Iglesia (estreno el 22 de abril). En los próximos meses, también nos mostrará Cámera Café. La película y Nosotros no nos mataremos con pistolas.
Asegura que quiere serlo todo; por eso se dedica a la interpretación. ¿Qué tiene este oficio para usted?
Todos los días aprendo: por un lado, cosas sobre mí, ya que este trabajo te hace cuestionarte quién eres; por otro, aprendes de otras personas y de los personajes que interpretas. Se me abren puertas a mundos que, de otro modo, no tendría.
Como el terrorífico ambiente de Veneciafrenia, la película que ahora estrena. Un filme que encierra una dura crítica al turismo masivo.
Algo bueno de la pandemia es que nos hemos dado cuenta de que ese modo de vida ya no vale, no es sano. En la película se critica cómo el ser humano se convierte en una plaga que devora todo a su paso. Ojalá hayamos aprendido algo.
En el cine de Álex de la Iglesia siempre hay una mujer que se enfrenta a todo. Aquí es su personaje.
Me gusta que me den un papel así, porque en la vida real no soy tan valiente. Ser heroína me parece muy divertido.
Con su apretada agenda, ¿encuentra tiempo para escaparse a la ciudad de sus afectos, Sevilla?
¡Yo soy sevillana, aunque haya nacido en Suecia! Tiene la primavera y el otoño más bonitos de España. Es una ciudad que cambia mucho con las estaciones, se nota en el aire por cómo huele. Y tiene una luz especial, además de un tamaño perfecto. ¡Todo está cerca!
Hay también algo del carácter abierto de los sevillanos que seduce al visitante…
La gente está de buen humor y bulle. Allí nunca te sientes de fuera, hay un carácter agradable y hospitalario. Sevilla era un puerto muy importante y están acostumbrados a recibir a quienes llegan de fuera. Siempre encuentras las puertas abiertas, es una ciudad muy amable.
¿Qué no deberíamos perdernos en su ciudad?
Yo agarro una bici y me voy por el río, desde el parque del Alamillo hasta abajo. Y hacerlo de noche es espectacular. Sobre todo, en verano. Tampoco hay que perderse la Semana Santa, por capillita que suene. Hay que vivirla, aunque sea por una vez en la vida.
En el terreno gastronómico, ¿dónde acudiría una sevillana como usted a comer las delicias de la tierra?
Suelo comer con mis padres en su casa cada vez voy, pero no hay que perderse los bares del barrio de Triana. Se come estupendamente en cualquiera de ellos, aunque el Sol y Sombra (Castilla, 147) merece mucho la pena. Las Columnas (Alameda de Hércules, 19) hay que visitarlo, sí o sí. Si hablamos de copas, reconozco que apenas salgo, pero cuando lo hago me gusta ir por la zona de La Alameda. Y la terraza del Hotel Eme (Alemanes, 27), frente a la catedral, cuenta con unas vistas estupendas.
Sevilla tiene, además, mucho que ver con el arte y el patrimonio. ¿Dónde podemos comprobarlo?
En esta ciudad siempre hay algo que hacer, tiene una oferta cultural genial. Muy recomendable es el Museo de Bellas Artes (plaza del Museo, 9) y también el de Arte Contemporáneo (Américo Vespucio, 2). Y me gusta pasarme por la Galería 13espacioarte (Lino, 12). En cuanto a las artes escénicas, la programación del Teatro Central (José de Gálvez, 6) es buenísima. Hay que darle una oportunidad a todo lo que se está haciendo en danza, hay una corriente underground súper interesante. Y, aunque parezca extraño, invito a los visitantes a que paseen por la Expo: la gente no la visita porque está prácticamente abandonada, pero os prometo que merece la pena verla.