Enclavado entre las hoces del Turia, el Charco Azul es una tranquila piscina natural que pertenece a Chulilla, un pueblo de postal enclavado en la Serranía de València.
Texto: Carmen Otto
Hay personas afortunadas que consiguen que su ‘hobby’ se convierta en su trabajo. A ese grupo pertenece Alice Kellen, el nombre con el que Silvia Hervás (València, 1989) firma sus obras con las que ha conseguido el aplauso de millones de lectores de todo el mundo. A través de las vivencias de unos personajes cercanos, Alice consigue unas tramas emocionantes y emocionales que no dejan indiferentes. Y para muestra, su última novela, ‘Quedará el amor’ (Planeta).
Sus historias han conseguido un gran éxito entre varias generaciones de lectores. ¿Cuál es la fórmula?
No creo que exista una fórmula mágica. Intento ser fiel a mí misma y dejar mi huella, porque, aunque las historias puedan ser muy distintas entre sí, creo que las lectoras buscan la esencia de cada autor a la hora de establecer una conexión.
A sus libros los califican con la etiqueta “romántica”. ¿Le molesta este encasillamiento?
No, ¿por qué iba a molestarme? Son libros con ingredientes variados que hablan del amor desde diversas perspectivas.
¿Cuál ha sido la evolución desde su primer libro autopublicado a ‘Quedará el amor’, su última novela?
Empecé a publicar a los 20 años y a menudo me he planteado si no fue un error, porque la evolución ha sido más brusca, debido a tantos cambios vitales. Me cuesta reconocerme en mis primeras novelas y, al mismo tiempo, me despiertan ternura. Es un sentimiento agridulce. Pero todo me ha llevado hasta este instante, y supongo que volvería a hacerlo igual.
‘Quedará el amor’ es la reunión de dos personajes que, al final, dan una lección de esperanza a los lectores. ¿Cree que la desesperanza reina en nuestra sociedad?
Quizá hay cierta desilusión, pero no significa que no quede hueco para la esperanza. En el fondo, todos nos emocionamos con las mismas cosas, y el amor es un motor imbatible y un idioma universal. La vida no es color de rosa, pero tampoco negra. Supongo que lo difícil es encontrar el equilibrio.
Se ha mostrado reticente a que sus personajes tomen vida en la pantalla. ¿Cuándo les dará esa libertad?
Tengo ganas de verlos en la pantalla, aunque reconozco que no de cualquier manera. Es una cosa que siempre me ha dado vértigo y me parece un añadido, pero no algo imprescindible. Ojalá algún día lleguen ahí y sea algo que disfrutar.
Sus obras tratan de emocionar al lector y que forme parte de un viaje. Dígame el último título que haya leído con el que usted ha hecho eso mismo.
Este verano me emocioné leyendo ‘Ana no’, de Agustín Gómez Arcos. Y también ‘Lo demás es aire’, de Juan Gómez Bárcena.
¿Y su título favorito para amenizar un viaje en tren?
En el tren me gusta la compañía de novelas tranquilas, que no tengan un ritmo trepidante, para poder ir haciendo pausas y mirar por la ventanilla, pensar en lo leído, escuchar alguna conversación ajena… Pero el libro en mano es indispensable.
¿Ha pensado en escribir alguna historia a bordo de un tren?
Alguna vez se me ha pasado por la cabeza porque una de mis películas preferidas, ‘Antes del amanecer’, comienza en un tren.
¿Algún viaje en tren que haya sido especial para usted?
Muchos. Me encanta viajar en tren, escuchar música, leer y conocer gente mientras me encuentro en esa especie de paréntesis que son los vagones. He tenido conversaciones interesantísimas en trenes con desconocidos. Tienen algo de magia los encuentros fugaces.
¿Qué lugares que pasan desapercibidos por los visitantes considera imprescindibles de su ciudad, València?
Voy a pasear con mis hijos a menudo por el parque de San Vicente, que, al estar en las afueras, no es muy conocido. La zona del Carmen tiene un aire especial. En verano, vamos a bañarnos a un riachuelo de Calles y hacemos rutas por Chulilla. València tiene este encanto de la playa y la montaña. Y la comida, claro. Ningún arroz sabe igual.