La casa Judía (Castelló, 20), un edificio residencial de estilo art déco valenciano construida en el año 1930.
Texto: Carmen Otto
Pese a que, en su última novela, ‘París despertaba tarde’, recorre cafés y ‘ateliers’ de París, el escritor y periodista siempre regresa a la capital del Turia para dejarse atrapar por sus bellísimos rincones.
La satisfacción ilumina el rostro de Máximo Huerta (Utiel, Valencia, 1971) cuando habla de su última novela, ‘París despertaba tarde’, un viaje en el tiempo a 1924, a una época y una ciudad por la que siente fascinación y que, casualidades del destino, en aquel momento, igual que hoy, se preparaba para celebrar unos Juegos Olímpicos “en un año luminoso, en el que todo está a favor para vivir”.
No es la primera vez que en sus libros transporta al lector a los años veinte parisinos...
No. Aunque ‘Una tienda en París’ y ‘París despertaba tarde’ comparten protagonistas (Alice Humbert y Kiki de Montparnasse), son dos historias independientes. Tenía muchas ganas de volver a hablar de Alice, de meterme en los talleres de los pintores, de sentarme en las terrazas de los cafés y de volver a ver bailar encima de una mesa a Kiki de Montparnasse.
¿Le hubiera gustado vivir ese París de los artistas?
Me hubiera encantado conocer la escuela de París, esa playa de sillas que había en Montparnasse formadas por las terrazas de Le Dôme y La Rotonde, a Modigliani, a Man Ray y a esa Kiki provocadora y excéntrica que representa lo que fueron los años veinte. Entrar en sus fiestas donde se mezclaban inmigrantes llegados de toda Europa, porque el éxito de París entonces no se debió al talento nacional sino a los inmigrantes italianos, polacos… No eran franceses, pero eran parisinos. Y yo he escrito la novela para vivir en ese entorno.
Describe la relación entre mujeres de procedencias sociales muy distintas. ¿Esa convivencia fue así?
Sí, porque las mujeres, en la I Guerra Mundial, se quedaron solas sin maridos, sin padres, sin hijos… Hubo un millón setecientos mil muertos y ellas se vieron obligadas a salir adelante. Así nace la parisina que se saca las castañas del fuego y a ver que la vida puede ser de otra manera.
¿Definiría su novela como feminista?
Sin lugar a dudas, porque es una reivindicación de la mujer que se arriesgó en ese mercado de la carne que era el ofrecerse como modelo para los pintores. El libro culmina con un homenaje a todas esas mujeres que en los títulos de los cuadros figuran como “anónimas”. He puesto nombre a todas esas féminas invisibles, pero indispensables, para que los años veinte fueran luminosos.
Y hay una curiosa conexión entre París y València...
El origen de la novela fue el descubrimiento de un mosaico situado en uno de los ábsides de la basílica del Sacre Coeur, en el que aparecen dos falleras con unos perfiles que recuerdan a Concha Piquer (que también era valenciana y ya triunfaba en Nueva York por aquellos años) y a Kiki de Montparnasse. A partir de ahí, empiezo a investigar sobre esas telas valencianas, procedentes de los talleres Garín, de Moncada, y que llevan más de dos siglos fabricando esos tejidos de seda, únicos en el mundo.
¿Qué lugares de València son sus favoritos?
A todo el que venga a València le recomiendo que se acerque al Portal de la Valldigna y se adentre en ese dédalo de calles que, en el siglo XV, estaban divididas entre moros y cristianos y donde se estableció la primera imprenta de la ciudad. Otro rincón espectacular es la Casa Judía (calle de Castelló, 20), con su impresionante fachada ‘art déco’. También me parecen bellísimos el Jardín de las Hespérides (calle del Beato Gaspar Bon, s/n) y la Biblioteca de San Miguel de los Reyes (avenida de la Constitución, 284), que a lo largo de la historia fue alquería islámica, monasterio y presidio.
¿Y donde disfrutar del placer de leer?
El jardín botánico, una terraza del mercado Colón…